“Ikura desu ka?” (¿cuánto cuesta?) fue de las pocas frases que aprendí en japonés. Lo demás eran palabras aisladas “Mekishiko”, “Arigato” o “Sayoonara”. La comunicación, obviamente, era casi nula, y los pocos japoneses que sabían algunas palabras en inglés no ayudaban mucho. A esto hay que sumarle que nunca me han gustado las visitas guiadas, por lo que no teníamos guía y que el viaje se iba planeando sobre la marcha. Mi compañera de viaje, Ainoha, estaba más informada, pero su japonés dejaba mucho que desear. En la mayoría de los lugares llamábamos la atención, ya fuera porque mi querida prima es muy güera o porque hablábamos español en una voz mucho más alta que la mayoría de los japoneses. En algún momento del viaje le confesé: “en Japón, como en mis relaciones, nunca entiendo ni la mitad de lo que está pasando”.
Conocimos las pinturas de Hideki Kimura casi por error, un día que muertas de frío entramos a la tienda que más nos llamó la atención. En su exterior se leía “Ki-Yan Stuzio” en caracteres occidentales. La tienda vendía textiles, ropa con estampados, monederos, bolsas y otras chunches con diseños que combinaban genialmente lo occidental y lo asiático. Estuvimos un buen rato, como hipnotizadas por los colores. Finalmente, la encargada se acercó y nos dijo un montón de cosas que no entendí. Asentí, obviamente. Ella sacó un libro y lo abrió en una página enteramente ocupada por la foto a blanco y negro de un señor japonés, de unos 60 años, que veía directamente hacia la cámara. Hideki Kimura, el artista se llama Hideki Kimura.
Cuando ves las obras de Kimura-san nunca te imaginas que tenga más de 40 años; pero el artista pasa los 70. En un país donde las tradiciones están casi sacralizadas, Hideki ha conseguido establecerse como un muralista moderno, rompiendo con las formas antiguas de dicha disciplina, y creando, a partir de ellas, un nuevo y auténtico estilo. Ha tomado la tradición muralista japonesa y la ha convertido en un colorido sueño surrealista. En sus pinturas, las mujeres tienen piel azul y los elefantes vuelan; las flores de loto y las ranas conviven con pavo reales y guepardos.
Nacido en Osaka en 1942, Kimura estudió en la Universidad de Artes de Kioto, donde fue parte de uno de los primeros festivales de Rock en Japón. Rápidamente se convirtió en un importante productor de conciertos, lanzando muchos actos legendarios de rock (incluido un concierto de Zappa). A los 35 años tomó el pincel por primera vez e inventó su propia técnica, inspirado por el “flujo natural de las cosas”. La influencia de la música se siente en todas sus pinturas, que llevan un ritmo tan identificable, que una vez que ves una puedes reconocer al artista en el resto.
Hideki ha creado más de 85 murales tanto en templos importantes como en restaurantes y hoteles en Japón, Hong Kong, Corea del Sur, Canadá y Estados Unidos. Tras el tsunami, el gobierno japonés le comisionó diseños para la campaña de recuperación del país. Sus pinturas se convirtieron en un emblema del progreso japonés: “Japan, Rising again”.
Para todos sus murales y pinturas se sigue un proceso en el que él mismo traza con un gis negro las formas, luego utiliza pintura dorada para dibujar los contornos. Después, un grupo de asistentes y trabajadores ayudan a colorear todas las formas que él hizo, generalmente bajo su dirección. Finalmente, Hideki firma sus trabajos y escribe una frase que complementa el mural. Una de mis frases favoritas que aparece en los murales es acerca de los peces que los japoneses llaman koi y que son una variedad colorida de la carpa común: “Carp is a dragon in heaven”.
“No one was ever so happy as me” está escrito junto a una enorme rana azul.