CIUDAD DEL VATICANO. “¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy!”, clamó el papa Francisco durante el sermón de la Misa de Nochebuena, que celebró este miércoles en la Basílica de San Pedro.
“¿Tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del evangelio?”, cuestionó.
Su reflexión, pronunciada en italiano, partió del nacimiento de Jesús que, como luz, “irrumpe y disipa la más densa oscuridad”, libera a su pueblo “del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría”.
Sostuvo que también en esta Nochebuena los fieles pueden “atravesar las tinieblas que envuelven la tierra” y contemplar el milagro del “niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte”.
Recordó que el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión, pero Dios esperó con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos.
“A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad”, dijo.
“Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando atisbar a lo lejos el retorno del hijo perdido”, agregó.
Según el Papa, el niño nacido en Belén asumió sobre sí la fragilidad, los sufrimientos, las angustias, los anhelos y las limitaciones de la humanidad.
“Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque?”, cuestionó.
Precisó que la respuesta del cristiano sólo puede ser “la pequeñez”, el “dejarse querer por Dios”, porque la vida debe ser vivida con bondad y con mansedumbre.
“En esta noche santa contemplemos el misterio: allí el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios”, afirmó.
“En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: María, muéstranos a Jesús”, imploró.
GH