El recorte al gasto público que decretó la Secretaría de Hacienda alcanzó al magno proyecto del tren de alta velocidad México-Querétaro, el cual se suspendió in-de-fi-ni-da-men-te; así como al tren de pasajeros Transpeninsular Yucatán-Quintana Roo, y a otras obras de infraestructura que desde su concepción los especialistas calificaron como difíciles de concretar.
En opinión de los observadores políticos objetivos, el tren México-Querétaro iba a ser un fracaso, peor que el de la Línea 12 del Metro, aunque hubiera sido un buen negocio para unos cuantos. Olvídense de lo que ocurrió en la licitación (que ganó el consorcio China Railways y “partners”) cuyo fallo se canceló. Pongan oídos sordos a las voces sobre los arreglos que le quisieron hacer para darle más transparencia a la licitación. Concentrémonos en lo que tantas veces dijo el secretario de Comunicaciones y Transportes sobre el magno proyecto: Que transportaría 30 mil pasajeros diarios, que habría corridas de trenes todo el día, que se desplazaría a 300 kilómetros por hora, que iba a beneficiar a todos los pueblos donde hubiera estaciones, que se iniciaba la nueva era de los trenes de pasajeros, etcétera. Y también en lo que no dijo: que iba a ser un transporte para “ricardos” porque el costo del boleto iba a ser bastante caro.
A propósito del insoportable sainete que el supremo gobierno, representado por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, llamó “licitación” del tren rápido México-Querétaro, un puntilloso observador de la tercera edad, como se califica, comenta: no cabe duda que el asunto se pareció a aquel entrañable programa dominical de la televisión de los años cincuentas del siglo XX denominado Teatro Fantástico, estelarizado por Cachirulo.
Los sobrevivientes de aquella época no olvidarán nunca el anuncio que cerraba la emisión: un trenecito de cuerda que daba vueltas y que llevaba en el primer vagón el letrero “Chocolate Express”, marca patrocinadora del programa. Cambiaba la escena y aparecía Cachirulo, agitaba la mano derecha y decía con entusiasmo a los televidentes:
“¡Adióos, amigoos! ¡Y no olviden tomar su chocolatote Express!”
Eso precisamente, su chocolatote, le dieron a los inversionistas chinos. Primero les quitaron la concesión que habían ganado; después, el secretario de Comunicaciones y Transportes viajó a China para explicarles por qué el presidente Enrique Peña Nieto decidió cancelar el fallo. Posteriormente, en una gira por aquel país les dejaron entrever que como su proyecto era el más fregón –que lo era– en la nueva licitación seguramente iban a ganar. Y el viernes pasado les dieron su chocolatote bien espumoso.
En cuanto al tren de pasajeros Transpeninsular Yucatán-Quintana Roo, la realidad es que este trenecito era una vacilada, parecida al proyecto que tuvo Vicente Fox de construir un ferrocarril de alta velocidad de México a la frontera con Estados Unidos, que pasaría por Guanajuato.
Y aunque dicen que el nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México –donde ya se gastaron una buena lana en los estudios técnicos, científicos, así como en el diseño y en la estructura administrativa– sigue “vivito y coleando”, no sería extraño que si las cosas en materia financiera empeoran, también le den cuello.
Ni modo, lo que desde principios de año venían prometiendo todos los integrantes del gabinetazo, que más o menos decía: Díganle a sus hijos y a los hijos de sus hijos que las reformas estructurales que se aprobaron el año pasado están dando resultados; que la prosperidad está por llegar, que vamos en la ruta correcta. La neta, la neta, dicen funcionarios del gobierno, es que les íbamos a decir que muchas de esas promesas eran de mentiritas, pero lo íbamos a hacer después del 7 de junio próximo, una vez que pasaran las elecciones. La cruda realidad nos alcanzó, y tuvimos que adelantarnos.
Algunos preguntan: ¡Qué hemos hecho para merecer este gobierno!