Negar que José Mourinho es un ganador resulta uno de los mayores sinsentidos del planeta futbol. Su liderazgo para lograr títulos, su talento para guiar a un colectivo, su capacidad para sacar lo mejor de los suyos, su obstinación para perseguir y hallar la gloria, no pueden verse empañados por el personaje que él mismo se ha empecinado en proyectar.
Lo conflictivo, lo disruptivo, lo paranoico, lo controversial, incluso lo incorrecto rayano en lo grosero, no tienen por qué refutar lo anterior; individuo tan preocupado por moldear a sus equipos como en moldearse a sí mismo como personaje, eso lo ha llevado a caricaturizarse, a actuar más por cumplir con una línea de comportamiento que por así sentir que debe hacerlo, a exponerse al ridículo, a alejarse de la coherencia, a justificar lo que no le funciona con base en intrincadas teorías de la conspiración. En todo caso y al margen de todo lo que se quiera aducir, imposible refutarlo como leyenda del banquillo, como hombre al que es natural el éxito.
Según explicaba Mr. Chip en su cuenta de twitter, justo después de la coronación del Chelsea de Mou en la Copa de la Liga inglesa, promedia un título cada 35 partidos. Por muchísimo menos que lo que Mou ha hecho, hemos catapultado a alturas máximas del Olimpo a otros entrenadores; en dos años y medio con el Oporto (2002-2004), levantó dos ligas portuguesas, una copa, una supercopa, una copa UEFA y una Champions League; en tres años con el Chelsea (primera etapa, de 2004 a 2007) su cosecha fue de dos Ligas Premier, una Copa F.A., dos Copas de la Liga y una supercopa (la llamada Community Shield); en dos años con el Inter (2008-2010) ganó dos Series A, dos copas, una supercopa y una Champions; en tres años con Real Madrid (2010-2013) conquistó una liga, una Copa del Rey y una supercopa; en su vuelta al Chelsea, ha roto la peor sequía de su carrera, dos años y medio, para alzar otra Copa de la Liga.
Paradójicamente su mejor promedio de efectividad se dio en donde por primera vez en más de una década cerró alguna campaña sin títulos, que fue el cuadro merengue. Le sucedió lo que en todos los sitios pero de un modo exponencial: desgaste de relación. Ahí terminó enemistado con buena parte de sus dirigidos (Iker Casillas, Cristiano Ronaldo, Pepe, Di María, Özil, Sergio Ramos), con su directiva (Jorge Valdano hasta que renunció), con el seleccionador del país (Vicente del Bosque), con rivales (el piquete de ojo a Tito Villanova como ejemplo), con árbitros (nada nuevo en el mundo Mou), con periodistas (a alguno le leyó lo que había publicado antes; a otro le amedrentó en privado por lo que había publicado), con la UEFA, con Unicef, con el entrenador del filial madridista, con quien pasara y también con quien no.
Esta temporada con el Chelsea, por ahora muy placentera con el cómodo liderato en la Premier, con la ya obtenida Copa de la Liga, con un brillante desempeño todavía invicto en la Champions League, no ha dejado de presentarnos a Mou en su belicismo natural. Multado constantemente, días atrás aseguró que había una campaña en contra de su equipo.
A estas alturas ya no va a cambiar. Tanto tiempo y esmero dedicó a pulir ese personaje, que no va a defraudarlo aun bajo riesgo de que caiga en la caricatura. Lo que tampoco se modificará es su don para transformar sus gestiones en recopilación de trofeos.
Esta temporada será de al menos dos títulos. Mou vuelve a la cima. Un ganador, más allá de que su conducta o desplantes hagan a muchos querer negarle su tamaña dimensión como director técnico.