El discurso desaparece a Maduro. Los abucheos caricaturizan a Dilma. Los días se sonrojan ante el paso de Cristina. Daniel Ortega da clases de nepotismo a los nicaragüenses. Correa persigue a periodistas. Raúl, en el limbo. Fidel, amagando con interpretar el papel de Caín. Son algunos, no todos, de los mosaicos que conforman las democracias del desparpajo cuya característica es la desaparición de facto de los poderes que hacen contrapeso a los presidentes. En ellas preexisten las nóminas de congresistas y jueces, pero sólo ellas, no hay contrapesos.

 

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Nicolás Maduro ingresó el martes a la Asamblea venezolana para presentar un dictado en forma de ley que le permitirá firmar decretos a su libre albedrío sin necesidad de plegarse a las opiniones de los congresistas. Dos son las posibles razones de la decisión: O es un holgazán por no soportar el lapso que toma una decisión en convertirse en decreto o se acomoda con placer en el sillón del autoritarismo.

 

No había necesidad de firmar una ley habilitante “para enfrentar al imperio” porque su partido tiene mayoría en la Asamblea; sin embargo y frente a las cámaras de TeleSur, pero mencionando reiteradamente a las de CNN, el todopoderoso quiso hincharse de poder como si de un superhéroe se tratara para demostrar músculo no sólo a Barack Obama sino a los opositores. Quien lo busque lo encontrará.

 

Maduro cree que se reinventa a través de sus discursos pero la realidad es que sus propias palabras lo están agotando. El gramaje de las mismas se devalúa más que su moneda. Maduro ya ve drones y aviones militares sobre Caracas. Es lo suyo. Inocular miedo a través de su sonrisa.

 

Desde que Lilian Tintori, esposa del encarcelado opositor Leopoldo López, visitó a Joe Biden el 11 de febrero para describirle las características y coordenadas de los subterráneos en los que se mueve el equipo de inteligencia de la represión de Nicolás Maduro, éste se ha puesto nervioso. Molesto, Maduro ordenó la aplicación de castigos especiales al que cumplió un año tras las rejas. Washington respondió a su manera.

 

En efecto, Washington ha reducido el tablero de ajedrez internacional en el que se mueve Maduro porque el presidente venezolano ha reducido el campo de acción de la oposición; realiza clausuras simbólicas de la Asamblea a través de leyes habilitantes y, finalmente, al Poder Judicial lo mantiene intervenido.

 

El que fuera cabeza de turco favorito durante los gobiernos de Hugo Chávez, Henrique Capriles, ahora merece un profundo silencio por parte del gobierno porque la oposición, como en Argentina, está lo suficientemente dividida para no tener la mínima fuerza de contrapeso. Algo más, Capriles en la cárcel sería el último capítulo del gobierno autócrata de Maduro por lo que, por el momento, lo mejor es mantenerlo en su débil trinchera.

 

La globalización le permite a Estados Unidos aplicar una diplomacia discrecional a través de negación de visados y congelamiento de cuentas bancarias a funcionarios. El mismo esquema que aplica, junto con Bruselas, a Moscú.

 

La ONU también le ha quitado espacio al tablero de Maduro. Juan Méndez, relator sobre tortura y otros tratos degradantes, señala al presidente venezolano como culpable de violar los derechos humanos del otrora coordinador del partido Voluntad Popular, Leopoldo López. Quienes no dicen mucho, quizá con la excepción de Colombia, son los que conforman la Alianza del Pacífico: Perú, Chile y México. Del resto, es decir, de lo que queda del eje chavista, nada se espera.

 

Poco a poco Venezuela se quedará sin mundo con la excepción de sus amigos, los que mantienen alborotados a los ciudadanos latinoamericanos.