El ejercicio del periodismo en México vive una de sus etapas más críticas. De esas que marcan, que duelen, que definen. Por una parte, nunca antes nuestros periodistas habían tenido a su disposición herramientas y plataformas tan poderosas como las que tienen ahora para generar, analizar, contrastar, procesar y distribuir información bajo cualquier formato. Pero también es ahora cuando se enfrentan a sus mayores riesgos sobre el ejercicio de su libertad para expresarse, de su necesaria independencia de los poderes económicos y políticos y de su vocación profesional por el interés público.
Los resultados de esta etapa decisiva que se vive concierne a las respuestas de los periodistas, pero también a la acción consciente de la sociedad sobre los beneficios colectivos de construir una prensa profesional.
Es cierto que los periodistas no están para hacer política, ni buscar justicia, ni para reducir la terrible desigualdad o la pobreza que aflige a buena parte de la población. Están para informar libre y verazmente.
Pero es una quimera creer que será posible avanzar en nuestra incipiente democracia, en la construcción de ciudadanía, en una mayor transparencia en el ejercicio del servicio público, en colocarle bozales a la corrupción, o en defender las libertades individuales, sin el ejercicio de un periodismo independiente que informe a sus audiencias sin cortapisas ni presiones. Esos son los riesgos a los que se enfrenta el periodismo en México.
Ayer el periodista español Arsenio Escolar, director de 20 Minutos, citando al pensador estadounidense Noam Chomsky advertía sobre el peligro de que la prensa se convirtiera en el publirrelacionista de las élites políticas y financieras y lanzaba preguntas a cientos de periodistas reunidos en Huesca, España: “¿No creéis que el cuarto poder se ha rendido al resto de poderes, que nos han fusionado por absorción y convertido en un gatito sin uñas? ¿Le hemos puesto algún remedio o algún antídoto a ese proceso? ¿Estamos aún a tiempo?”
Las respuestas a estos provocadores cuestionamientos de Escolar deben preocuparnos en serio en México en momentos en que se vive una brutal pérdida de confianza en las instituciones con elevados costos para todos. ¿Y cómo hablar de credibilidad en los periodistas, en la prensa, en los medios de comunicación, cuando muchos de éstos viven y se enriquecen desde el reparto discrecional del presupuesto público?
En su franca charla entre periodistas Arsenio Escolar lanzó una decena de autocríticas a los medios en su relación con el poder y hacia su propia gestión interna. ¿Por qué aceptar ruedas de prensa sin preguntas que sólo sirven para dictar medias verdades o mentiras flagrantes? ¿Qué hay de las dádivas y regalos a periodistas de parte de empresas y gobiernos? ¿Existe transparencia con las audiencias sobre la real propiedad de los medios, sus accionistas y sus conflictos de interés con la información que ofrecen? ¿Por qué los medios critican la opacidad en el ejercicio del presupuesto público y aceptan la opacidad de los recursos públicos que reciben por la vía de la publicidad oficial y de todo tipo de ‘ayudas’?
“No más periodismo obsequioso. No más periodismo complaciente, periodismo cómplice. No más periodismo opaco. No más periodismo engreído. Necesitamos un periodismo crítico, justo, transparente, distante del poder, ético, social”, concluía ayer Escolar su intervención en el Palacio de Congresos de Huesca.
En México este debate está muerto. La prensa vive una etapa crítica en la que –como dice Norbert Bilbeny- “la corrupción y las malas prácticas no sólo envilecen a la profesión: la desnaturalizan…”.
Y es que la integridad es parte del periodismo, no un atributo añadido.
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