Era la apuesta exterior de Barack Obama durante su segundo gobierno. El presidente sustituyó a Hillary Clinton por John Kerry dándole una sola encomienda: lograr la paz entre Israel y Palestina. La seductora tarea se convirtió en obsesión para Kerry hasta que Netanyahu dijo: “basta”. No pasarán.

 

Dos decisiones de Netanyahu hicieron enojar a Obama: el ataque asimétrico a Gaza y la ocupación de territorio palestino. Algo más, la vulnerabilidad en la zona jugó a favor del primer ministro israelí. Primero, la guerra civil en Siria y, ahora, la eclosión del Estado Islámico.

 

Barack Obama

 

Pasan tres años desde que inició el segundo gobierno de Obama, y la paradoja revela su frustración: más cerca de lograr un acuerdo con el gobierno de los ayatolas que con el socio natural. Siete años atrás (en el ascenso de Obama al gobierno) hubiera sido imposible proyectar una cercanía coyuntural más próxima de Estados Unidos con Irán que con Israel.

 

Mahumd Ahmadineyad colaboró con Benjamín Netanyahu en la articulación de una dialéctica odio-guerra entre sus respectivos gobiernos dejando a Obama a un lado de sus políticas exteriores. Pero la democracia iraní funcionó y Ahmadineyad se fue a casa gracias a la visión reformista de Hasan Rohani. Aliado de Obama en los subterráneos, Rohani aceptó poner sobre la mesa (de los 5+1; Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, China, Francia y Alemania) su proyecto de enriquecimiento de uranio en contra del deseo de Netanyahu.

 

Obama guardó el tema de la paz entre Israel y Palestina en uno de sus cajones, pero como escribió Borges, al azar hay que dejarlo actuar porque suele ser generoso. Hoy, Obama podría sacar del cajón el caso bajo el escenario de una derrota de Netanyahu en las elecciones. Así lo vislumbran las encuestas.

 

Como Nicolás Maduro lo hace en Venezuela, Benjamín Netanyahu trata de borrar sus errores domésticos señalando a la comunidad internacional como la culpable de su declive. Es un complot de Suecia, Francia, España, Reino Unido, Irlanda y Estados Unidos, entre más de 100 países que reconocen al estado palestino. Son las variables endógenas, y no tanto las exógenas, las que mantienen a Netanyahu en contra de las cuerdas.

 

El hartazgo a la corrupción y la ausencia de empatía son dos de los problemas a los que se enfrenta la política global. Israel no es la excepción. La revelación de excesos privados de Netanyahu y su esposa Sarah se ha convertido en una especie de riel sobre el que corre el primer ministro hacia el despeñadero.

 

Yosef Shapira, fiscal general de Estado, publicó el 17 de febrero un informe puntual de los excesos “ilegales e inmorales” de la familia Netanyahu. El espectro oscila entre gastos regulares, como el de un desayuno en su residencia privada de Cesárea, 4 mil euros (72 mil pesos) para 10 personas, hasta algunos de los berrinches de Sarah, como el acondicionamiento de una cama matrimonial en un avión de una compañía estatal durante un vuelo hacia Estados Unidos.

 

“Podríamos esperar de un mandatario más sensibilidad y respeto a los principios de la administración pública y que además suponga un ejemplo para todos” (La Vanguardia, 15 de marzo), apunta el reporte del fiscal. Como complemento al informe, la indolencia de la pareja se esparció en gran parte de la sociedad israelí cuando el entonces mayordomo, Menny Naftali, demandó a la pareja por malos tratos.

 

Todo indica que Obama ya votó por Herzog, o mejor dicho, hizo votos para ver caer a Netanyahu. De ocurrir, se le abre la oportunidad de obtener una quintilla: Cuba (relación diplomática), Irán (pacto nuclear), China (pacto climático), India (pacto comercial) e Israel (paz con Palestina).