Como era de suponerse, las pasiones políticas llevadas a niveles de pánico social y resentimiento clasemediero ya distorsionaron el affaire Carmen Aristegui porque el problema no es de medios sino de sistema político.

 

Las crisis de libertad de prensa han derivado en dos escenarios: el de la exaltación elitista de personajes y el del reforzamiento del régimen que permite esos comportamientos. Se cita mucho el caso Proceso pero al final la revista quedó en un proyecto personal de Julio Scherer García de denuncia y no derivó en un proyecto político de transición.

 

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Con Aristegui está ocurriendo lo mismo: el debate se ha personalizado al grado de empujarla ya como candidata a la Presidencia de la República en el 2018, por tanto en un asunto partidista y de poder. Pero hasta ahora nada se ha hecho para atender el centro del conflicto: construir un marco jurídico para garantizar las libertades de prensa.

 

El enfoque equivocado del affaire Aristegui tiene puntos concretos:

 

1.- La prensa no modifica la correlación de fuerzas sociales y de clase; sólo ayuda a minar los consensos autoritarios. La crisis de 1976 con Excélsior no condujo a la transición sino que ésta fue producto de la lucha de la oposición comunista y sus alianzas con el PAN de Vicente Fox.

 

2.- La prensa cumple un papel subsidiario, es decir, subsidia la inexistencia de clases, partidos y masas. En 1976 y ahora la oposición ha sido inexistente en tanto oposición de alternancia real; el PAN probó en 2000-2012 que carece de un proyecto diferente al PRI y se asume sólo en el enfoque de Manuel Gómez Morín: el mismo proyecto histórico sólo que con élites buenas. El PAN en la Presidencia, como el PRD en gobiernos estatales, gobierna igual que el PRI.

 

3.- Los cambios de sistema se dan en los espacios reales de poder: la economía, las elecciones y el parlamento. Por eso llama la atención negativamente que el Congreso esté buscando entregarle el canal legislativo a Aristegui en lugar de legislar sobre las garantías a la libertad de prensa en medios concesionados por el Estado a partir del criterio de que la propiedad real de las ondas hertzianas es del Estado y por tanto de la sociedad.

 

4.- La prensa ha caído también en el error sistémico de considerarse factor de cambio político y social; ello se ha percibido en el ejercicio de un periodismo militante, no informativo crítico. La estructuración de las alianzas de clase se ha visto en los casos de Excélsior y MVS. La prensa es sólo intermediaria, no una clase por sí misma.

 

5.- En este sentido, las crisis periodísticas como las de Scherer o Aristegui son efecto de causas estructurales, de propiedad y de clase. Mientras no existan organizaciones sociales, partidistas y de clase que puedan modificar la correlación del sistema político, los medios cubrirán parte de esa tarea pero sin conseguir transiciones reales.

 

6.- La sociedad sigue hundida en las contradicciones: prefiere solidaridades que en nada influyen en la solución de problemas, en lugar de organizarse para participar en partidos e instituciones que tienen funciones y tareas de modificación sistémica. Paradójicamente quieren Aristegui y seguidores regresar a un medio que ella denunció que la censuró.

 

7.- Por eso el affaire Aristegui no modificará las expectativas de cambio social y terminará en un nuevo caso mediático personalista, como ocurrió con Excélsior en 1976. Luego de su despido-reinstalación en 2011, Aristegui se dedicó a construir un espacio más personal que político porque careció de una sociedad política organizada para el cambio social.

 

8.- Al final, los cambios sociales verdaderos los hacen los sindicatos, las clases proletarias, los partidos de oposición real y la lucha de clases, no un reportaje de una casa.