No deja de ser curiosa la coincidencia que mientras se ventila que el director general de la Comisión Nacional del Agua utilizó el helicóptero de la institución que dirige para trasladarse con su familia al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, circule una foto de un expresidente de México, volando en clase turista. Felipe Calderón Hinojosa tiene derecho a una pensión vitalicia que muy probablemente le permitiría viajar en primera clase, y seguro tendría suficientes relaciones para viajar, como muchos políticos, “de aventón”, en el jet de algún empresario. Volar en clase turista lo enaltece y es algo que él sabe muy bien.
Felipe Calderón no es un hombre sencillo, no tiene fama de tal, pero sí sabe jugar a ser sencillo. Cuando el velorio de Octavio Paz, 19 de abril de 1998, siendo presidente del Partido Acción Nacional, había dos filas para entrar al Palacio de Bellas Artes: La fila corta, para quienes reclamaban un trato especial; y la larga, para los desconocidos, como yo. Detrás mío se formaron Margarita Zavala y su esposo. Al llegar a la puerta del Palacio los llamaron para quedar en el área de los conocidos.
En 2006, durante la campaña, coincidí con Margarita Zavala en una cena organizada por Mariana Gómez del Campo. Estábamos platicando Federico Doring, la esposa de Calderón y yo. De pronto nos pregunta si traíamos chofer para que la llevara a su casa, a pocas calles de allí. Yo jamás he tenido chofer, así que fue Doring quien la asistió.
Cito estas anécdotas para recalcar la diferencia no sólo entre Angélica Rivera y Margarita Zavala, sino entre una clase en el poder y otra. Los clasemedieros que aspiran a ricos versus los clasemedieros que se siguen sintiendo tales. Con una hablamos de prestanombres, de vestuario opulento para la reina y sus hijas, de viajes para las princesas a donde no estaban invitadas, pero también de excesos para los colaboradores cercanos. La visión de que los funcionarios mexicanos no deben dar la imagen de pobres. El poder de los mirreyes, diría Ricardo Raphael; los nacos superados, diría un buen amigo mío; los Beverly Ricos; el derroche de lo que no te cuesta trabajo ganar, sintetizo.
Felipe Calderón no fue un buen presidente. En seis años no dio los resultados esperados. Pero ahora está de vacaciones, relajado, vuelve a tener la chispa para la falsa sencillez. Su esposa sí es sencilla y de pronto es la mejor apuesta del calderonismo: recuperar al partido para recuperar el poder. Mientras los poderosos de hoy exhiben en revistas superficiales las riquezas que les regalan los contratistas del gobierno, los poderosos de mañana viajan en autos compactos y en aerolíneas de bajo costo.
Ya en su momento Andrés Manuel López Obrador demostró los réditos que brinda la sencillez. Y no es ninguna mala inversión. La política opulenta ha corrompido a los partidos y forma parte del ejercicio del poder a nivel nacional, estatal y municipal. Hay hartazgo y ausencia de credibilidad. Políticos en primera clase o políticos en transporte público. Tal vez la única veta de esperanza que nos queda es la rentabilidad política de la sencillez, sea real o ficticia, vuelo en clase turista con ceja levantada, Tsuru con Hugo Boss, pero compartiendo el espacio con los comunes y sensibilizándose a través de ellos. ¿Será tan difícil?