Si bien era lógica la temática de las casas de altos funcionarios después del golpe mediático con la de la primera dama, el fondo de la nota de la revista Proceso nada tiene que ver con un gran descubrimiento: si a tiempo se negó la propiedad, su publicación estuvo más en la lógica del arranque formal de la sucesión presidencial de 2018.

 

La información de las supuestas casas del secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, emparejó la cartelera porque el texto debe leerse en el escenario de las revelaciones de The Wall Street Journal de la casa del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, que resultó una piedra en su carrera política.

 

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Así, de golpe, los dos principales precandidatos preferidos a la sucesión presidencial de 2018 aparecen con anticipación afectados por “revelaciones” sobre sus propiedades, en lugar de que los medios analicen carreras políticas, grupos de poder y sobre todo propuestas y modos de enfocar la crisis mexicana y sus salidas.

 

Lo limitado del periodismo de análisis dejará los casos de Videgaray y Osorio en relación al efecto en redes sociales de las revelaciones, sin que haya tiempo para indagar si en ambos casos hay irregularidades en propiedades o complicidades reales o no supuestas. Hay dos consideraciones:

 

1.- En los casos de Videgaray y Osorio se tiene que indagar la procedencia de la información sobre las propiedades, porque se trató de información envenenada entregada a medios de comunicación orientados al escándalo. Es decir, que ambas informaciones fueron sembradas desde dentro del sistema político priista y, con base en experiencias del pasado, por grupos cruzados con intereses en afectar a cada uno de los dos involucrados, como una forma de ensuciar desde ahora sus posibilidades presidenciales. No sería una novedad, pero sí indicios de que la sucesión del 2018 no será tersa y podría acercarse a la disputa por el poder que determinó el colapso político de 1968, 1976, 1981 y 1994.

 

En este sentido, la reconfiguración de los grupos políticos por el regreso del PRI a la Presidencia de la República estaría también reconstruyendo los viejos modos de hacer política de cañerías que dañaron la disputa por nominaciones presidenciales desde que los políticos terminaron su ciclo y arribaron los tecnócratas o improvisados.

 

2.- El otro mensaje de la nota de las supuestas casas de Osorio tiene que ver con el periodismo de espectáculo o de escándalo. Y ahí están metidos todos: la aspirante panista a una delegación, Xóchitl Gálvez, es más conocida por sus palabras gruesas que por sus propuestas y está feliz de que la metan en medios por escándalo y no por perfil. Y está también López Obrador, un maestro del escándalo.

 

El periodismo de análisis ya no busca lectores sino las mal llamadas “redes sociales”, que no son sino cadenas de pasiones: sin verificación compran todo, lo reproducen y retroalimentan, porque al final de lo que se trata es de quemar funcionarios por el escándalo, es lo que se puede llamar periodismo dresseriano, donde lo que importa es satisfacer las pasiones propias y socializarlas y se usa el periodismo para militar ideas, aunque al final el trending toping no sea tendencia electoral real sino sólo transfusión de efusiones conservadoras. El director de Conagua se merecía el cese pero el uso del helicóptero para insultarlo a él y a su familia fue un abuso de pasiones.

 

El caso Osorio aportó un elemento a la no-política de comunicación social: la respuesta inmediata y la aportación de datos para controlar daños. El domingo el secretario de Gobernación circuló una carta aclaratoria y el reportaje de Proceso salió con información deficiente, aunque con adjetivos suficientes para dañar la posición de Osorio en la carrera presidencial 2018 pero exhibiendo políticas informativas afectadas por el futurismo presidencial, no por el interés periodístico.