¿Sin marketing seríamos más felices? Gilles Lipovetsky intentó responder algo de manera inmediata pero su pensamiento le obligó a esperar. Acto seguido, su mano derecha emprendió un viaje dubitativo hacia el espacio donde dibujó círculos con su dedo índice. Pasaban los segundos y Lipovetsky no respondía. Después de 18 segundos me dice, “a veces me gustaría decir sí pero en este caso me conduce decir, sin embargo, no”.

 

 

El brazo cinematográfico de Conaculta (Instituto Mexicano de Cinematografía) invitó a Gilles Lipovestky para participar en las “Jornadas sobre nuevos modelos para la distribución del cine y el audiovisual”. El encuentro de 24Horas con el sociólogo de la posmodernidad ocurre en la espalda del Teatro de las Artes, en el Centro Nacional de las Artes.

 

 

El marketing es el pase mágico de la democracia articulada por aspiraciones ad nauseam. Para muchos es color que tiñe a su respectiva vida. Es decir, sin marketing la vida no tendría chispa. (Palabras aportadas por CocaCola).

 

 

Lipovetsky matiza su respuesta confrontada consigo mismo. “El nivel de vida creció, hay que aceptarlo. No me veo viviendo siglos atrás ordeñando vacas”. Su reflexión la solidifica observando el iPad en donde transcribo sus palabras. Sin deseos Apple no tendría éxito.

 

 

Al otro lado de la balanza lipovetskiana se encuentra el fiel que logra desmontar su respuesta “ambigua”… “a veces me gustaría decir sí (…) sin embargo, no”. Y sí. Lipovestky difumina la ambigüedad al decir que “el marketing nos mueve a comprar cosas que quizá no necesitamos; nos empuja a sentir nuevos deseos”. Es un viaje con la ruta de Moebius.

 

 

Gilles Lipovestky se convirtió en el espeleólogo de la posmodernidad. Nos remontamos a los años ochenta, que entre otras encomiendas cumplidas, derribó del Muro, donde después del tsunami de ideologías, llegó un calma chicha sobre el espectro político. Fue entonces cuando la libertad comenzó a desdoblarse y la sociedad a entretenerse. “Mira a los gordos. Comen y comen porque experimentan su libertad. La voluntad de hacer lo que quieran”, señala Lipovetsky.

 

 

¿Y Facebook y Twitter, no ayudan a simular nuestra libertad? “No, lo de la simulación es un concepto de Baudrillard. No hay simulación. Mucha gente, como los gordos, pasa horas y horas frente a la computadora libremente. Se agotan. Se enferman”.

 

 

Lipovetsky coloca sus fronteras ideológicas frente a Baudrillard peor también sobre los videojuegos. “No soy experto”. Confirma el fenómeno de que en Reino Unido se venden más videojuegos que películas. El sociólogo de la posmodernidad comenta que en ellos los individuos “dejan la pasividad para pasar al protagonismo. Ir al cine implica sentarse y observar. El efecto pasivo, en nuestra época no es un acto distractivo”. Lipovestky simula tener un control, quizá del xBox en su mano. La mueve. Se emociona. Actúa. Convence. “Quien juega el videojuego desea ganar. Hay un ganador. En el cine no”.

 

 

A diferencia de Baudrillard con quien Lipovetsky se distancia, su referencia viaja hacia la Sociedad del espectáculo de Guy Debord. “Vivimos en una época similar a la que describió Debord”. Lo similar lo rompe el híper que tanto le gusta a Lipovestky.

 

 

Con el híper se describe los límites del lenguaje pues los adjetivos existentes no logran describir lo que nos sucede en nuestro siglo joven. “El hípercapitalismo se introduce a los momentos más sublimes del individuo (…) El hípercapitalismo es inteligente porque nos invade aunque no lo queramos”.