El libro es el dictador de la inteligencia, la pócima contra el gusto de presumir la propia ignorancia, o si se prefiere, energía vital contra la estupidez cotidiana.

 

Pero el libro el 23 de abril, y en Barcelona, es una fiesta: el sentimiento gregario por recoger un montón de palabras y rosas sobre las Ramblas, la Diagonal o Paseo de Gracia. El libro también es el café cortado de la librería Laie de la calle Pau Claris o las madalenas que algún día se encontraban en la cafetería de la librería La Central del Raval porque entre productos complementarios hay uno que siempre domina.

 

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El libro en 23 de abril barcelonés también es Javier Marías firmando páginas de sus novelas sobre la avenida Paseo de Gracia en donde hace algunos años se encontraba la librería Happy Books. Frente a él, un puñado de soñadores siempre intentará mimetizar el efecto de su firma. Efecto sin cotización alguna.

 

El 23 de abril es una especie de cumpleaños de Juan Marsé o Eduardo Mendoza porque Últimas tardes con Teresa y La ciudad de los prodigios son novelas que revelan el patrimonio literario de Barcelona.

 

Las rosas sobre la calle Avió Plus Ultra del barrio Sarrià hacen del 23 de abril una especie del día del amor versión no cursi debido a que de la combinación libro-rosa emerge la victoria de san Jordi sobre un dragón; el libro como daga que atraviesa a la ignorancia.

 

Las librerías de Barcelona facturan entre 5% y 8% de sus ventas anuales sólo el 23 de abril. El año pasado, junto a los puestos callejeros que se montan ex profeso, vendieron 1.47 millones de libros lo que monetariamente se expresó en 19.2 millones de euros. (Algo así como 326 millones de pesos.)

 

El día de hoy habrá 177 puestos callejeros de venta de libros y miles de puntos de distribución de rosas cuya cotización varía durante el día. Barcelona se convierte en un laberinto lúdico. Justificación para dialogar sin palabras.

 

La fiesta del libro y la rosa no puede ser experimentada a través de Amazon; su platillo estelar llamado Kindle presenta las ventajas de la intangibilidad y el precio, pero es imposible realizar un recorrido a ese parque temático en el que se convierte Barcelona durante todo el día. Quizá, el san Jordi represente un seguro lúdico contra la transmodernidad.

 

En efecto, si para la UNESCO el 23 de abril es el día internacional del libro, para mí representa el día mundial sin Kindle. Al día siguiente, uno tendrá que caer seducido por las propuestas del libro electrónico, pero esa es otra historia. La intangibilidad y sus misterios.

 

En algunas décadas, los adolescentes se referirán al san Jordi catalán como el museo del libro. Contra los ciclos de vida no hay salvación, y el del libro, se mueve al ritmo de las empresas tecnológicas californianas.

 

Los nostálgicos suelen ser anti cíclicos, anti modas y desean prolongar las tendencias en las que mejor se acomodan. Pero la economía es la ciencia de la racionalidad. Y frente a ella, pagar 50% o 60% menos por un libro a Amazon o hacerle un favor a la columna vertebral al caminar a través del mundo ingrávido, hay pocos argumentos de defensa.

 

Uno de ellos es el 23 de abril barcelonés porque también de estética vive el ser humano. El ornamento esteticista del libro y la rosa anima al espíritu. Ese día los Whatsapp desaparecen. Por algunas horas nos damos cuenta que las nuevas drogas son tecnológicamente lúdicas.

 

No es el milagro de san Jordi, es la creación de un placer complementario: el libro y la rosa.