En el parque las Estacas, en Morelos, una Coca-cola de dos litros adquiere el precio de 200 pesos; un autentico piquete de ojos al sediento que sólo quiere divertirse, al precio que cueste, en medio de una galería corporal y bajo un sol desértico. El carnaval de Bahidorá, a sus escasos tres años, se ha posicionado como uno de los sucesos musicales favoritos de las masas, un escenario ideal para pasar de la mejor forma el fin de semana, alejado del ajetreo citadino.
Bahidorá es como un sueño; una imagen saturada de color con todos los atractivos que el instinto humano desea pero a los que comúnmente suele huir. La promesa de haber encontrado la tierra prometida perecía una alucinación, una metáfora del Edén cristiano de donde tarde o temprano seremos expulsados. Desde afuera, en el estacionamiento, el estilo tropical contextualiza la esencia del carnaval; cuerpos cubiertos por pocas ropas, bikinis, abdómenes estilizados y todo aquello que llame la atención y que pueda desprenderse fácilmente.
En Bahidorá el día y la noche no existen, el tiempo pierde valor y los minutos son contabilizados a partir de experiencias, y mientras más arriesgadas mejor. Una vez dentro, el río cristalino brilla aún más con los rayos de sol que queman los hombros, un pretexto ideal para lanzarse al agua y refrescarse para aguantar las siguientes 14 horas de fiesta. Aquí las largas filas de espera por conseguir comida son accesibles, la demanda es mucha pero la logística del carnaval está pensada para descansar y que tú como visitante te estreses lo menos posible. Es probable que películas como la Laguna azul abarroten tu mente mientras piensas que sin problema sobrevivirías si estuvieras a la deriva en un lugar como éste; repleto de caníbales come hombres y sorteando el peligro de las tentaciones humanas.
Sería un error abandonar la idea de que en eventos como éste la alucinación psicoactiva queda relegada, si es ella uno de los principales propósitos durante ese fin de semana. Tanto así que el Bahidorá contó con una grandísima idea al invitar a Espolea, una organización cuyo principio se basa en difundir información gratuita masivamente, quienes ofrecieron nutridas charlas acerca del uso de sustancias y cualquier clase de drogas, surtiendo efecto en más de uno.
Musicalmente el cartel es decente, nada que sobrepase las expectativas que año con año genera y que aún no termina por cuadrar. Sin embargo, la edición 2015 contó con actos de peso internacional al presentar agrupaciones de distintos géneros ya consolidadas. Éste fue el caso del trio de hip hop De La Soul, quienes fungieron como parteaguas de los altibajos que se vivían en ese momento. Después vinieron los mexicanos de Salón Acapulco, que con una presentación muy distinta a lo que regularmente hacen en vivo, prendieron las primeras llamas de lo que terminaría siendo una fiesta permanente. Durante el día ambos escenarios, el asoleadero y el jardín central, vieron pasar una baraja sonora nacional e internacional bastante efectiva.
Cuando las actividades cruzaban las primeras horas del domingo, la música estallaba con Modeselektor mientras los cuerpos se estremecían radiantes cediendo a sus instintos salvajes. Sonrisas adormecidas y pupilas dilatadas sacudidas por los bajos que hacían temblar al cuerpo. La oscuridad imperaba detrás del dúo berlinés, que desde que fue anunciado como parte del cartel incentivó la rápida extinción del boletaje, visuales coloreaban intermitentes mientras sonaban cortes de todos sus discos, incluyendo algunas inserciones de Moderat y Aparat, una locura representada metafóricamente por el simio que carga su imagen.
Una vez terminadas las primeras horas desenfrenadas la masa regresaba poco a poco en grupos pequeños a la zona de camping, en donde el descanso sería sólo un intento para poder continuar despiertos.