Esencia y expresión de la celebración de Muertos en México, el pan característico de estas fechas tiene una historia que se remonta a la época prehispánica. Plasmado en múltiples expresiones en las distintas regiones del país, posee, sin embargo, una forma y un sabor que lo vuelve emblema de esta fiesta en el centro de México, con sus azucaradas notas.
Es una preparación que tiene antecedentes en las ofrendas que los antiguos mexicanos ofrecían a los difuntos y a los dioses. Era costumbre la elaboración de una argamasa de semillas de amaranto molidas y tostadas y la sangre de los sacrificios en honor a las divinidades como Huitzilopochtli.
Los conquistadores españoles, por supuesto, rechazaron esta costumbre, pero como parte de su labor evangelizadora adaptaron los conceptos paganos a los preceptos y hábitos de la fe católica. La preparación indígena fue sustituida por un pan de trigo bañado de azúcar y sutilmente coloreado en rojo, en referencia a su antecedente pagano. Fue el origen del pan de muerto que hasta hoy en día forma parte de las ofrendas y los gustos del 31 de octubre y el 1 y 2 de noviembre.
“Comer muertos es para el mexicano un verdadero placer, se considera la antropofagia de pan y azúcar. El fenómeno se asimila con respeto e ironía, se desafía a la muerte, se burlan de ella comiéndola”, advierte José Luis Curiel Monteagudo en su libro Azucarados Afanes, Dulces y Panes.
La preparación ha tenido una evolución a través de los siglos, considerando también las costumbres en cada zona del país. Esencialmente, el pan de muerto que actualmente se consume en la mayoría de las celebraciones conserva un significado esencial: la bolita que se sitúa en la parte superior del pan simboliza el cráneo, las canillas son los huesos y el sabor a azahar expresa el recuerdo de los difuntos.
Sin embargo a lo largo de la geografía mexicana podemos encontrar diversas expresiones, asociadas con el tema de la naturaleza, la familia y los mitos ancestrales. Existen panes de referencia antropomorfa, es decir, que representan seres humanos; zoomorfos, con formas de animales como aves, conejos y perros, entre tantos otros. Son panes propios de poblaciones como Tepoztlán y Mixquic, reconocidas también por sus fiestas mortuorias, llenas de tradición y arraigo.
La imaginación y la espiritualidad se expresan en otros puntos del país con panes fitomorfos, que evocan diversas clases de árboles y plantas, sin faltar desde luego los de expresiones mitomorfas, que despliegan toda clase de invenciones fantásticas.
Manifiesto de ingenio, fervor e identidad, el pan de muerto es expresión de regocijo y oficio gastronómicos: ofrenda de difuntos y placer de los vivos en una fiesta donde la muerte deja una fragante estela azucarada.