La ausencia de hambre como forma de existencia es la única irrefutable. Ninguna otra saciedad coloca tales cimientos para una posible estabilidad física y mental en el ser humano, ni siquiera un sentimiento profundo resulta tan necesario como lo es la comida. La gente se muere de hambre, no de amor. Resulta pertinente señalar la línea que Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) ha seguido en sus tres últimas obras: en 2012 publicó Entre dientes, un tratado gastronómico donde narra su vocación de comensal. Un año después con Comí, deja plasmada peculiar reflexión de la comida en formato de novela.
¿25 mil muertos diarios relacionados con el hambre?, ¿dormirse con el pensamiento de no saber si se va a comer al otro día?, ¿una vida basada en la incertidumbre?, ¿acostumbrarse a nunca tener la seguridad que dentro de 10 horas habrá comida en tu estómago?, ¿tener como única aspiración la supervivencia?, ¿saber de antemano que algunos de los hijos que tengas van a morir?, ¿cómo pretendemos que muchos se interesen en las decisiones políticas si ni siquiera tienen un bocado que les de fuerza para levantar la mirada?, ¿cómo estar sano con una dieta basada en mijo y escasa en proteína?, ¿nos imaginamos como nuestros puntos álgidos de felicidad dos días al año en los que logremos ingerir carne de vaca?, ¿de donde sacan ánimos los millones de agricultores que salen al sol pensando en que de cualquier forma será insuficiente lo que cosechen?, ¿es válido juzgar a quienes creen que Dios tiene sus razones para hacerlos pasar hambre?, ¿es criticable la fe de muchos pueblos que sostienen que las cosas que les suceden tienen una justificación que proviene de un ser superior?, ¿en qué más les queda creer?, ¿en qué cambiarían sus vidas saber que la principal causa de su pobreza son las desfavorables políticas públicas?
¿Mantener intencionalmente a un hijo mal alimentado con el propósito de que el hospital les siga proveyendo alimento que sea repartido en toda una familia?, ¿disponer de las hijas como mercancía y casarlas antes de los 15 años a cambio de dinero?, ¿creer que el destino es irremediable y dar por hecho que las cosas no van a cambiar?, ¿nacer condenado a una vida que en ningún momento decidimos?, ¿pensar a corto plazo para no imaginar un panorama que apunta deplorable?, ¿envidiar a los productores norteamericanos que cultivan en la misma cantidad de tierra 2 mil veces más producto?, ¿de qué sirve la retórica política de llamar a la hambruna como “malnutrición coyuntural aguda”?, ¿vivir en el más vicioso de los círculos: madres mal alimentadas criando hijos sentenciados al subdesarrollo?, ¿es el llamado cambio climático el culpable de que tengan una tierra tan poco fértil?, ¿rondará por sus cabezas la idea de “progreso”? ¿Existe la justicia?, ¿cuánta desigualdad vamos a ser capaces de tolerar?, ¿nos volveremos los países menos afectados inmunes a la desgracia ajena?, ¿ya somos así?, ¿es el hambre la metáfora más extrema de que somos una sociedad llena de personas desechables?, ¿califica como asesinato que un chico muera por falta de comida en un mundo con la capacidad agricultora de alimentar al doble de su población? Las preguntas, como el hambre, podrían nunca terminar.
Lo anterior es tan solo una especie de mínima paráfrasis de todo lo que Caparrós se pregunta y contextualiza en poco más de 600 páginas. De antemano plantea su libro como un fracaso, porque hay muchas situaciones intrínsecas que existen sin explicación alguna, porque las historias que cuenta son insuficientes para reflejar la más pura realidad, porque las soluciones en la mayoría de los casos parecieran no ser alcanzables, porque el panorama futuro sugiere en el mejor de los casos una misma línea horizontal. Lo único que le ronda todo el tiempo en la cabeza es que “¿cómo carajos conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?”.
Este 2014, Caparrós publica El hambre (Planeta), una apabullante investigación del mayor fracaso del género humano. En conjunto representan una trilogía suficientemente completa en torno a uno de los mayores placeres de la vida, pero también una de las actividades que ante la carencia muchísima gente en el planeta desearía no necesitar: comer.