DUBLÍN. Con la aprobación en referéndum del matrimonio entre parejas del mismo sexo, la República de Irlanda ha dado un paso más en su proceso de modernización, al tiempo que confirma su alejamiento de la antaño poderosísima Iglesia católica.

 

El electorado irlandés, de poco más de tres millones, votó en el plebiscito del viernes mayoritariamente a favor de que la Constitución irlandesa reconozca este tipo de uniones y las equipare con los matrimonios convencionales.

 

La medida no es nueva, pues hasta ahora 18 países han legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo: Holanda, Bélgica, España, Canadá, Suráfrica, Noruega, Suecia, Portugal, Islandia, Argentina, Dinamarca, Francia, Brasil, Uruguay, Nueva Zelanda, el Reino Unido, Luxemburgo y Finlandia.

 

A ellos se suman, Estados Unidos y México, donde estas uniones son posibles en algunas partes del territorio.

 

No obstante, la importancia del paso dado por los irlandeses radica en que es el primer país del mundo en el que su Gobierno, de coalición entre conservadores y laboristas, consulta a sus ciudadanos sobre esta cuestión.

 

Su magnitud queda de manifiesto también por el hecho de que la homosexualidad en Irlanda fue despenalizada hace tan solo 22 años y no por decisión gubernamental, sino por la demanda presentada por un activista ante los tribunales europeos.

 

Dos años después, era el turno de la legalización del divorcio -un demonio para la Iglesia católica- y esta cuestión evidenció la profunda división existente en la sociedad del país, pues ganó el “sí” con un 50.28 % de votos, frente al 49.72 %.

 

Más delicado aún ha sido el asunto del aborto, pues tuvieron que pasar 21 años para que el actual Gobierno diese efecto legal en 2013 a una resolución del Tribunal Supremo de 1992 que cuestionó la normativa vigente hasta entonces, una de las más restrictivas de Europa y duramente criticada por los tribunales comunitarios.

 

Desde 1992, seis Gobiernos sucesivos y dos consultas populares no fueron capaces de incorporar a la legislación irlandesa ese fallo, que autorizaba ya el aborto para casos en los que la vida de la madre corría peligro, incluso si amenazaba con suicidarse.

 

El actual Ejecutivo de Dublín, por fin, promulgó la primera ley del aborto en la historia del país hace dos años, pero esta sigue siendo una de las más duras de Europa.

 

Por todos estos motivos, la aprobación del matrimonio gay es, verdaderamente, una “revolución social”, tal y como lo describió hoy el ministro irlandés de Sanidad, el democristiano Leo Varadkar, el primer miembro del Gobierno abiertamente homosexual.

 

Una revolución que, quizá, no hubiese sido posible sin la “ayuda” de la Iglesia católica, cuyo prestigio e influencia han caído en picado durante la última década al destaparse una letanía de casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes contra menores.

 

La sociedad irlandesa ha castigado tanto a los abusadores como a los máximos dirigentes católicos, después de saberse que hicieron todo lo posible durante décadas para proteger a los pederastas y tapar los abusos.

 

A Irlanda le costará perdonar esa actitud de la Iglesia católica, que, sin embargo, todavía gestiona la mayoría de las escuelas públicas, lo que da una idea del poder que todavía atesora.

 

Este es el contexto en el que el Gobierno se animó a convocar el referéndum sobre el matrimonio gay, si bien gran parte de crédito debe ir al Partido Laborista, socio minoritario del conservador Fine Gael del primer ministro, Enda Kenny.

 

Fueron los laboristas los que plantearon la necesidad de convocar este plebiscito para cumplir con el manifiesto de los comicios generales de 2011.

 

En aquellas elecciones ninguno de los otros grandes partidos nacionales habló sobre este tema, a pesar de que han respaldado el “sí” en el referéndum, lo que demuestra que, realmente, ha habido una revolución social” en Irlanda.

 

GH