El presidente Vladimir Putin reveló la semana pasada una preocupación más con miras al Mundial de Rusia en 2018. Al mandatario ruso le pareció sospechoso que el Departamento de Justicia de Estados Unidos imputara a 14 funcionarios de la FIFA por motivos de sobornos equivalentes a 150 millones de dólares en el lapso de 24 años justo unas horas antes de la votación que, a posteriori, llevaría a su presidente, Joseph Blatter, a reelegirse por quinta ocasión. A Blatter lo presionaron, sentenció Putin. No quería Estados Unidos que la FIFA le otorgara la sede a Rusia.

 

En 2010 la FIFA reveló el nombre del país sede del Mundial de 2018. El conflicto bélico entre Rusia y Ucrania no existía. Cinco años después Crimea ya no pertenece a Ucrania y las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea se mantienen.

 

Si su conflicto con Ucrania escala como ha venido sucediendo a pesar de que los acuerdos de paz (Minsk) han logrado medianamente detener la matanza entre prorrusos y ucranios, la organización del máximo evento deportivo global podría cancelarse como parte de una nueva sanción de Estados Unidos y la Unión Europea.

 

Lo soldados de la FIFA podrían desertar del evento, me refiero a Coca Cola, Visa y McDonald´s, ante una petición expresa tipo ley Helms Burton. Ahora la ley sería McCain-Menéndez, dos senadores que ya pidieron la cabeza de Joseph Blatter mediante carta expresa dirigida al ente supranacional. En efecto, a John McCain y Robert Menéndez, republicano y demócrata, respectivamente, no les agrada la idea de que Rusia organice el Mundial de futbol teniendo como antecedente el conflicto que inició con la salida Víktor Yanukóvich en 2013 como presidente de Ucrania, y en la que el punto álgido ocurrió el año pasado con la anexión de Crimea.

 

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La semana pasada, el Departamento de Justicia de la fiscal Loretta Lynch, el FBI y la agencia tributaria detuvieron a siete de los 14 funcionarios de la FIFA. Es el inicio de una nueva batalla donde el arma de destrucción masiva es el balón de futbol. Quién lo hubiera imaginado.

 

Al presidente ruso, Vladimir Putin, le gusta el judo y el esquí. El futbol no es su deporte preferido; sin embargo, la celebración del próximo Mundial 2018 en su país será un momento de gloria para él no sólo porque el certamen hará voltear los ojos del mundo entero a Rusia sino que la organización del evento sumará parte de su legado.

 

Putin no escatima el monto de inversión necesario: 11 mil 600 millones de euros. Once ciudades rusas serán sedes del evento y la mitad de los estados serán construidos en ciudades como Kazán, Nizhni, Samara, Rostov del Don, Saransk y Volgogrado.

 

Vladimir Putin defendió la reelección del Joseph Blatter. Su ministro ruso del Deporte, Vitali Mutkó, dijo que “han sido unas elecciones democráticas. La victoria de Blatter fue justa”.

 

Lo que es innegable es que el Mundial comienza a cruzarse en el vector temporal Rusia-Ucrania.

 

La presión de Estados Unidos sobre Putin subirá cada vez más conforme se acerque la celebración del Mundial. Si Putin y Poroshenko (actual presidente de Ucrania) continúan deslizándose sobre la espesa neblina que se asienta sobre los acuerdos de Minsk, no sería difícil que la justicia de Estados Unidos ordenara la detención de más funcionarios de la FIFA, incluyendo por supuesto a su presidente Joseph Blatter.

 

La diplomacia deportiva tiene brazos de los que carece la política. Si el problema continúa no sería difícil ver que entre las nuevas sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea se considere la cancelación del Mundial 2018.

 

Sabemos que la FIFA es un ente supranacional pero también sabemos que su presidente, Joseph Blatter ha ingresado a la lista de enemigos de Estados Unidos. No lo olvidemos.