El entorno hiperconectado y la dependencia que tenemos hacia las máquinas es un tema que a muchos asusta y a otros apasiona. Nunca antes el hombre había sido tan rápido y multitarea, pero también es cierto que nunca había quedado tan diluido entre tanto gadget.
Expertos como el historiador Yuval Noah Harari señalan que el homo sapiens y los robots crearán un nuevo tipo de ser humano inmune al paso del tiempo. El investigador afirma que los seres humanos no serán capaces de resistir la tentación de “actualización” de ellos mismos, bien mediante la ingeniería genética o de la tecnología, porque las personas están programadas para estar insatisfechas, y aunque consigan placer y logros, siempre quieren más. En cambio, Stephen y Bill Gates, dicen que la inversión en inteligencia artificial tendrá repercusiones negativas para la raza humana.
En este mismo sentido es las tesis de Nicholas Carr, famoso por sus ideas en relación a que la interacción entre hombre y tecnología tiende a atrofiar determinadas capacidades humanas a medida que dejamos determinadas funciones a una máquina. Donde el incesante flujo informativo moldea nuestros cerebros hacia un paradigma nuevo caracterizado por una menor concentración y esfuerzos más cortos e intensos. Se está viviendo la primera parte de esa interacción, y hay que situar este tipo de interacción en un contexto histórico, y no pensar que se está en una primera fase.
Debemos considerar que la misma tecnología de la que afirmamos depender sufrirá muchas modificaciones en sus próximas generaciones. Por ello, su interacción con las personas se va a redefinir muchas veces, y seguramente de formas que ahora ni siquiera podemos imaginar. Claro que la dependencia parece negativa cuando se aborda en el contexto de unos cambios que todavía están por optimizar, es decir, que aún no han incorporado nuevas metodologías de aprovechamiento de la tecnología, o que también van en contra de algunos patrones culturales muy arraigados. Ahora bien, cuando los procesos de adopción se completan el resultado final es positivo.
Todo ello nos lleva a la singularidad tecnológica que sugiere que a causa de la velocidad en la que progresa la tecnología la inteligencia artificial superará la capacidad intelectual de los humanos y en consecuencia, el control que tenemos sobre ella. Fue el matemático John Von Neumann el primero en utilizar este concepto de singularidad tecnológica en este sentido, aunque quien lo popularizó fue el escritor de ciencia ficción Vernor Vinge.
De hecho, se ha creado una universidad en California, la Singularity University cuya misión es “educar, inspirar y dar empowerment a los líderes para aplicar tecnologías exponenciales que solucionen los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad actualmente”. Así, la inteligencia artificial ha progresado tanto que, según esta corriente, puede llegar a superar a la inteligencia humana, cambiando radicalmente la naturaleza humana, haciendo del futuro algo completamente impredecible.
Ahora bien, los detractores señalan que no existe nada inventado que tenga más potencia de cálculo que el cerebro humano. Otro cuestión muy diferente es que tenga más capacidad de enfocarse en un determinado aspecto con una potencia de cálculo excepcional. No cabe duda que puede tener un gran impacto social. Por ejemplo, en el caso de los trabajos actuales nos podemos preguntar si en pocos años dejarán de existir.
Pero si volvemos al tema del inicio sobre si somos dependientes de la tecnología, habría que echar la vista atrás sobre tecnologías pasadas y nuestra relación con ellas. Hemos acomodado el día a día al motor, la electricidad, entre otros, y con las computadoras y dispositivos pasará lo mismo. Las utilizaremos sin hacernos preguntas. Hemos construido las ciudades y nuestras relaciones con base en ellas, y si un día la tecnología falla, las ciudades modernas también lo harán. Para los apocalípticos es ser esclavos de la tecnología, para los integrados es la oportunidad de seguir creciendo.