PARÍS. El escultor Anish Kapoor, uno de los artistas más influyentes del mundo, ha revolucionado el Palacio y los jardines de Versalles en su intento de trastocar la real geometría del lugar, con tanto éxito que antes de que este domingo se inaugure ya ha estallado la polémica.
Distribuidas hasta el próximo 1 de noviembre por las proximidades del Palacio, las monumentales esculturas del artista angloindio -pese a sus reminiscencias corporales más o menos evidentes- no habrían bastado por sí solas para incendiar los ánimos.
Ni tampoco la voluntad de su autor de instaurar “lo dudoso, lo abyecto y lo aleatorio” en esa “aparente racionalidad” versallesca, que en su opinión “contradice una necesidad subterránea de ocultar todo desaliño, toda confusión interior”.
Las críticas surgieron tras una entrevista publicada por “Le Journal du Dimanche” (JDD), en la que esta celebridad de 61 años evocaba las connotaciones sexuales de algunas de sus obras, en particular de “la vagina de la reina tomando el poder”.
Así definía la titulada “Dirty Corner” (sucia esquina), especie de inmenso cornete acústico de acero oxidado colocado ante la fachada del palacio, sobre la infinita perspectiva que el jardinero André Le Nôtre (1613-1700) dibujó para Luis XIV.
Sobre esa emblemática “alfombra verde” de trazado intachable, el público podrá descubrir a partir del martes el ya polémico objeto-orificio de diez metros de altura en su cabecera, 60 metros de largo y miles de toneladas de peso, rodeado de enormes bloques de piedra, cemento y tierra.
Aunque “es un proyecto ambicioso, pero a la escala de Versalles no tan desmesurado”, según reconocía el propio artista en JDD, sus palabras para definirlo encendieron la chispa.
Ciertos círculos de extrema derecha y ultracatólicos, principalmente, establecieron de inmediato que un lugar de importancia tan principal para Francia como Versalles no podía exponer obras como esas y hasta llegaron a recomendar “evitar las visitas en familia”.
Al mismo tiempo, nadie ha olvidado que en 2011 el colosal “Léviathan” de Kapoor llevó a más de 277.000 personas a la Monumenta del Grand Palais, y prensa y redes sociales se han deshecho ya también en elogios sobre las seis instalaciones insertadas ahora en el ordenado universo del “Rey Sol”.
A inevitable distancia, la naciente polémica recuerda la que el pasado octubre, en la plaza Vendôme de París, acabó una noche desinflando un ambiguo “Tree” verde de plástico de 24 metros de altura, denostado juguete sexual de Paul McCarthy con la apariencia de árbol de Navidad. O viceversa.
Mientras tanto, en el Dominio de Versalles que cada año visitan 20 millones de personas recuerdan que criticar una obra de arte es normal y que nunca faltaron desacuerdos con las intervenciones anuales de artistas como Jeff Koons, Takashi Murakami, Joana Vasconcelos o Lee Ufan, iniciadas en 2008.
La de Kapoor privilegió como escenario de su trabajo el inmenso parque de 800 hectáreas que rodea el palacio.
Allí exhibe sus característicos juegos de espejos; agita el inquietante remolino de agua “Descension” y muestra el enorme cubo negro con orificios rojos “Sectional Body preparing for Monadic Singularity”.
Solo buscó un recinto cerrado para la instalación “Shooting into the corner” (2008-2009), cuyas impresionantes balas de cera roja y carnosa lanzadas por un cañón tiñen las paredes de un rincón y esculpen su suelo.
Lo encontró en la Sala del Jeu de Paume, sitio de juegos reales pero, sobre todo, de enorme carga histórica, porque el 20 de junio de 1789 acogió un acto fundador de la Revolución francesa, el que condujo a crear la Asamblea Nacional que dos meses después votaría la Declaración de los Derechos Humanos.
En una conversación con la filósofa psicoanalista feminista Julia Kristeva divulgada por Versalles, Kapoor asegura, no obstante, que su primer objetivo al relacionar este trabajo sobre la violencia de la sociedad actual con el Juramento del Jeu de Paume “no era provocar comentarios políticos”.
Precisa, sin embargo, que el contexto donde se exhibe la instalación afecta siempre a su lenguaje, pero no ocurre lo mismo con su “mecánica interna”, que ilustra siempre “una relación inquietante y antagónica”.