Después de semanas de ardua campaña, obtuviste el triunfo. Tendrás la honrosa responsabilidad de ser un forjador de destinos para miles de mexicanos que, impulsados por la esperanza perenne de mejores políticos, depositaron en ti su confianza. ¡Felicidades!

 

Ahora bien, te escribo sin representar a nadie más que a mí mismo. Soy, como muchos otros, un mexicano que no termina de entender muchas de las actitudes que, ante el notorio hartazgo ciudadano, siguen adoptando muchos políticos. Décadas de aspiraciones colectivas sepultadas hoy nos llevan a un consenso: estos políticos cambian o los cambian.

 

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“Una vez en la vida, la anhelada marea de justicia puede crecer, y la esperanza e historia rimar”, escribió el nobel irlandés Seamus Heaney. La idea es evitar la marea que destruye más de lo que lava, pero corresponder con hechos a la esperanza y a las deudas históricas. Se necesita un tránsito prudente –pero constante– a una clase política digna, y no una ruptura feroz como algunos fantasean.

 

En 2013, las instituciones que menos confianza generaban en los mexicanos eran las policías y los sindicatos; para 2014, fueron los diputados y los partidos políticos (Mitofsky 2014), ambos miembros de tu clase. Además, 84.4 % considera “Muy Frecuente” y “Frecuente” la corrupción en las agrupaciones políticas (ENCIG 2013). Estos datos son sólo dos del total que conforman el termómetro social mexicano, aquél que hasta hoy, como bien sabes, sigue subiendo su marca.

 

Espero que te conviertas en un político transparente y pragmático, pero también en uno consciente de sus decisiones. En alguna entrevista, Adolfo Suárez, timonel de la democratización española, dijo que “un político no puede ser un hombre frío. Su primera obligación es no convertirse en un autómata. Tiene que recordar que cada una de sus decisiones afecta a seres humanos”. En un país con 11 millones 500 mil personas viviendo en pobreza extrema (Coneval 2012), y en donde sólo 3 millones 300 mil (6.7 %), de los casi 50 millones de mexicanos ocupados ganan más de 10 mil pesos al mes (ENOE 2014), el no ver las vidas tras las cifras es prácticamente un delito. Así mismo, detrás de los recursos que ejerces hay beneficios o daños colaterales, tú decides. Pero no está de más recordarte que tu actuar está más vigilado que nunca; más que ayer, menos que mañana.

 

Como puedes ver, muchos ciudadanos optaron por anular su voto. Su movimiento fue, como en 2009, en respuesta a la prevalencia de medidas y actitudes sistémicas que nos siguen dividiendo en nobles y plebeyos, como lo es el fuero constitucional. Espero que desde tu trinchera, cualquiera que esta sea, promuevas la eliminación de este privilegio medieval en todos los niveles. A veces, ceder poder es lo único que te puede dar credibilidad. Esto –no me queda duda– significaría estrecharle una mano a la ciudadanía.

 

Casi nunca se espera mucho de un político mexicano, pero de ti, la coyuntura ha provocado que esperemos mucho; más aún si eres independiente, porque tu figura nació para restar poder a la partidocracia, protagonista central de la crisis de credibilidad. Se espera un liderazgo político nuevo, uno que asuma el no tener derecho a nada que el pueblo no le haya conferido. Un liderazgo que haga nuevas preguntas a la ciudadanía para obtener nuevas respuestas. Tú, candidato ganador, necesitas elevar la política bajándola del pedestal.

 

Sí, el país necesita avanzar en lo económico, en lo administrativo, en gobernanza, en rendición de cuentas, pero también en algo más abstracto: en nuestra propia reconciliación. México, siempre a dos velocidades, no ha logrado articular un discurso mayoritario de concordia social frente a la violencia que sufre y la desigualdad que padece. De esta carencia deriva tu mayor responsabilidad, que es conectar con la ciudadanía en forma y fondo para después erigir el puente más importante, el más difícil, el más elemental: el que nos une como mexicanos.

 

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