Pronto se observarán cambios estratégicos en el interior de un edificio de Avenida Juárez. Dos de sus cabezas tendrán que pedir un conjunto de cajas de cartón para guardar lo útil y desechar el ornamento innecesario y pesado.
La nominación de Roberta Jacobson por parte del presidente Obama para viajar a México como su embajadora, como elemento exógeno, y las elecciones intermedias mexicanas (como fenómeno paranormal endógeno), han liberado la tensión de quien pronto decidirá el nombre del que viajará a la legación mexicana en Washington.
Una vez que el perfil excepcional de Jacobson elevó la altura del techo para los rasgos del próximo embajador mexicano, de las tres categorías posibles, al parecer, queda sólo una.
Las tres categorías son: pragmático de altura, meritocrático y político.
El primero de ellos apunta al momento actual, es decir, cuando las decisiones ejecutivas de Obama ingresan al periodo electoral (se empantanan) en el que los republicanos tendrán la oportunidad de lanzar sus dardos hacia el presidente en turno. La embajada mexicana exige un representante con elevado conocimiento consular-migratorio. Sergio Alcocer y Carlos Sada lo tienen, y de sobra. La curva de aprendizaje del hoy subsecretario para América del Norte cierra la brecha de Sada, forjado, este último, en los consulados de Chicago, Nueva York, y actualmente de Los Angeles. Al parecer, desde la UNAM, no le puede asegurar la rectoría a Alcocer. Una vez potenciada la probabilidad, Alcocer sería el próximo embajador.
La segunda categoría es la meritocrática. Sandra Fuentes Berain se acerca a la edad de la jubilación diplomática. Su experiencia al frente de las embajadas de Francia, Países Bajos y Canadá, así como la de los consulados de Milán, Hong Kong y actualmente de Nueva York, elevan sus méritos y una alfombra roja, de salida, sería su nombramiento en Washington.
La tercera categoría no es la deseada, repito, por la elevación de la altura que nos puso el presidente Obama al designar a una experta en temas mexicanos (y ahora cubanos), como lo es Jacobson. Se trata de la categoría política. Ildefonso Guajardo y Emilio Lozoya Austin, por mucho que conozcan los sótanos de la embajada, su nombramiento obedecería a un premio de consolación, en el caso del hoy secretario de Economía, y de una escalada estratosférica del hoy director de Pemex. La empresa llamada, antes de la reforma energética, a convertirse en el toral del sexenio. Pero las circunstancias han mermado su protagonismo creado por las expectativas.
Otro de los escenarios que ya se deben de contemplar en Los Pinos es la renovación del gabinete, encaminado no sólo a mejorar los liderazgos sino a construir la sucesión.
El equipo de Enrique Peña Nieto ha resultado de bajo nivel por sus pocas luces y también por el elevado grado de vulnerabilidad de los puestos.
El secretario mejor evaluado por las encuestas internas y publicadas es José Antonio Meade. Su posición, al no representar un elevado desgaste popular, le ha ayudado; es importante pero no suficiente. Meade es el único secretario que mantiene simpatías entre personajes de la oposición y por supuesto entre priistas.
Ha tendido puentes de entendimiento con el propio López Obrador. Hacia finales de 2015 o al iniciar 2016, Meade tendría que abandonar la Cancillería para ejercitar el músculo popular en espacios como la Sedesol. Su transición del anterior gobierno al actual fue tersa. Algo más, la estrategia de diversificación diplomática ha sido positiva y tenido, al menos, dos importantes avances en modelos de integración territoriales importantes: la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile y Perú) y MIKTA (Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia).
El gabinete está cansado. Es momento de mover hacia el triatlón al único que tiene la condición.