La imagen parece una viñeta sacada de la novela de Jonathan Swift. Para mirar a Gustavo Ayón hay que maniobrar la cabeza hacia las estrellas, enfocar en dirección a las montañas y, si además se quieren guardar sus palabras en una grabadora, hay que llevar el brazo hacia el cielo y mantenerlo extendido para estar apenas cerca de su “gran boca”. Ahora imagine a una veintena de reporteros bajo los estándares de estatura del mexicano: un montón de “tapones” que intentan llamar la atención del pivote gulliveresco de la Selección Mexicana de Basquetbol: Gustavo Ayón (2.06 metros), un gigante que tuvo que aprender que en su país el enanismo no proviene de la estatura.

 

Multicampeón con el Real Madrid, Ayón es una súper estrella que, sin importar que les saca poco más de 40 centímetros a la mayoría de sus compatriotas, suele pasar desapercibido en México, país donde el pan de cada día suele estar embarrado con futbol. Quizá por eso es que el mexicano es un crack que se comporta como tal. Qué importa si aparece molido en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, luego de un vuelo trasatlántico de más de 12 horas; Ayón atiende si alguien se le acerca para una fotografía o una entrevista, sin guardias que lo escondan por otras puertas, siempre con una gran sonrisa.

 

El nayarita está acostumbrado a las adversidades. Sus padres eran campesinos y no salió de Zapotán, su pueblo en Nayarit, hasta después de los 15 años. No tuvo suerte en el voleibol, el primer deporte en el que intentó. Ya en el basquetbol picó piedra en los Halcones de Xalapa y, de pronto, se encontró en Europa. ¿Fortuna al fin? No, al chico le faltaba madurar y el Fuenlabrada lo cedió al CB Illescas (algo así como una tercera división). Luego, una revolución que lo llevó a la NBA, a pertenecer al Barcelona sin vestirse nunca de blaugrana, hasta recalar en el Real Madrid, donde abofeteó al club catalán con el último título blanco en  el que colaboró.

 

Hoy Ayón habla de todo. Niega que condicionara su venida a selección. “Tengo una boca muy grande para decir verdades y nunca puse condición alguna. Da risa, yo nunca me he quitado el jersey de México”, aseguró. Y si alguna vez pidió algo para volver a los verdes fue respeto. “Lo único que pedí fue continuidad y respeto a los jugadores, que ni en la misma liga local lo tienen. Muchos no pueden opinar por temor a represalias”, lo dijo sin tapujos, junto a Alfredo Castillo, titular de la Conade.

 

Se lo ha ganado: es un gigante. No por sus 2.06 metros de estatura, ni porque se termine con tortícolis por mirarlo, sino porque ha sabido sobreponer al enanismo de su país de origen y llevar el deporte que ama a ser contendiente y no un simple equipo de reparto.