No hay duda que uno de nuestros grandes traumas nacionales es la devaluación del peso, porque a la paridad peso dólar le hemos dado valor de símbolo nacional y porque durante mucho tiempo la caída de la moneda era la antesala de una gran crisis.

 

Todavía hay abuelos que recuerdan los dólares a 12.50 pesos como una paridad fija durante muchos años (de hecho de 1954 a 1976) y no somos pocos los que recordamos como se desató la temporada de las peores crisis sexenales con una devaluación hasta los 24 pesos por dólar, o lo que es lo mismo 0.024 centavos de los pesos de hoy.

 

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A partir de ahí la devaluación del peso era el augurio de mayor inflación, mayores caídas en la economía, mayor pobreza y más tiempo de vivir en una situación de crisis.

 

Por más que López Portillo lloró y Miguel de la Madrid nos llevó por la austeridad de la renovación moral, el peso se devaluó hasta más allá de los 3,000 viejos pesos hasta que Salinas de Gortari le quitó tres ceros a la moneda y le dio a los mexicanos la esperanza de que ahora sí ya no nos volverían a saquear.

 

Es la fecha en que se reparten culpas entre los regímenes de Salinas y Zedillo sobre quién tuvo la culpa de la devaluación, si el que dejó la economía con alfileres o el que se los quitó. Lo cierto es que nos costó una devaluación brutal y una crisis más.

 

Lo bueno es que a partir de ahí se dio un manotazo en la mesa, se desmitificó la cotización del dólar y se le dio un carácter de herramienta financiera, no de estampita de santo.

 

Hoy la relación del peso frente al dólar forma parte del cuerpo del blindaje financiero del país y no es más la joya de frágil cristal que hay que cuidar a toda costa. Hoy no se defiende al peso como perros.

 

Las comparaciones son odiosas y el mal de muchos es consuelo de tontos, pero hay que ver cuál ha sido la suerte de otras monedas similares y hay que entender por qué se mueven en ese sentido.

 

La fiesta de los dólares baratos se acabó con el fin de los planes de liquidez de la Reserva Federal y lo que sigue es que el dólar estadunidense empiece a pagar mejores premios por invertir en esa divisa. Todos quieren entonces ir para allá.

 

A todo el mundo le pega, pero los más débiles son los más afectados.  Durante el último mes el peso mexicano se ha depreciado algo así como 5%, lo que ha llevado la relación peso dólar de los 15. 30 a los espantosos 16 y fracción de hoy.

 

Pero en ese mismo lapso el real brasileño se ha depreciado más de 7%, el peso colombiano 12%  y el rublo ruso casi 10%. Y así por el estilo una larga lista de divisas del mundo.

 

Todas se mueven por las mismas razones, que pasan lo mismo por la Reserva Federal que por Grecia o China, pero lo hacen a diferentes ritmos por sus propias características.

 

Hasta hoy los dólares tan caros no se han traspasado a la inflación, no han impactado la vida cotidiana de aquellos ciudadanos de a pie que no viven con el pendiente de pagar cuentas con el billete verde.

 

Si en algún momento se le ocurre al dólar meterse con nuestra economía cotidiana, ahí estará sin duda el Banco de México para responder.

 

Hay que aprender a ver al peso como una herramienta más de la economía mexicana, como un precio más que sirve de pivote para la estabilidad.  Mientras menos deificado tengamos al peso, menos vamos a sufrir con los inevitables movimientos financieros del planeta.