“Unidad para continuar la Transformación de México”. Así se llamó el evento en la sede nacional del PRI al que acudió el presidente Peña hace unos días. En redes sociales, #UnidadParaLaTransformación fue utilizado por los priistas para difundir su apoyo irrestricto al mexiquense. Tan importante es –y ha sido– este concepto en el discurso tricolor, que bien podría decirse que en México existen dos definiciones de Unidad: la del diccionario y la del PRI.
Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de Unidad priista? Varía. Para las cúpulas, es la justificación retórica evocada siempre que se imponen decisiones a las bases. Para estas últimas, es la eterna promesa de que obedecer sin cuestionar traerá consigo oportunidades de poder. Es esa idea falaz de que en las decisiones políticas “cabemos todos”. Es un mantra que reza: “Fuerza a través de la Unidad, y Unidad a través de la disciplina”. No cuestionar y acatar es Unidad. Hacerse de la vista gorda, Unidad. Callarse, Unidad.
Está la Unidad real, cuando la militancia se aglutina genuinamente en torno a algo –por ejemplo, la candidatura de Peña en 2012–. Está la Unidad simulada, la forzada, la que surge cuando se imponen las decisiones cupulares sin una discusión real de todas las ideas –como la que veremos en la próxima sucesión de la dirigencia priista–. Y el adhesivo que junta todas estas facetas del término es la también famosa disciplina tricolor, que premia al dócil y castiga al que cuestiona.
Sí, partido sin cierto grado de cohesión no es partido. El problema es que, en 2015, la vieja noción de Unidad -entendida cómo la coerción aglutinadora de los residuos de la Revolución- domina en el PRI. Esa verticalidad era entendible hace casi un siglo por el contexto bronco. Hoy no lo es. Urge un nuevo significado para este pilar ideológico priista.
El problema central de simular la Unidad es el dar salidas ilusorias a problemas reales. Supongamos que mañana sale una corriente interna del PRI, con militantes de cierto peso, a manifestar su desacuerdo con la política anticorrupción del presidente Peña; apoyan al gobierno pero reconocen flaqueza. La reacción natural de la actual estructura partidista sería anular esta corriente, en vez de, por ejemplo, incluirla en una dinámica de generación de recomendaciones al gobierno de la República en dicha materia. Hoy, el priista inconforme no alza la voz porque el sistema castiga la discrepancia. Aquel día, el presidente Peña declaró que “es momento de que el PRI actualice su organización y estructura para reflejar las nuevas condiciones y dinámicas sociales del país”. Lograr esto pasa por desechar conductas anacrónicas.
La política también es marcar fronteras. Y tal vez el PRI no necesita más Unidad, sino menos. Marcar fronteras más claras, separar a los militantes buenos de los malos, le daría mayor credibilidad al partido. Además, sería un buen primer paso hacia el futuro que el Presidente Peña visualiza para el tricolor.
De cara al relevo de su dirigencia nacional, el PRI debe preguntarse si la Unidad simulada –es decir, la nociva y a la cual es adicto– es compatible con un país cada vez más plural, exigente e informado.
#FueraFuero