Suele quedar en entredicho y bajo severa crítica un equipo grande que cierra su temporada habiendo ganado sólo una Supercopa. Es ahí cuando podemos diferenciar con claridad que no todo torneo contabiliza de la misma forma, que no todo trofeo suma igual, que no es lo mismo erigirse campeón tras un partido único en agosto que tras 38 de Liga o 13 de Champions.

 

lati ancelotti

 

Por poner un ejemplo, el Barcelona que aspira a todos los títulos este año, debe de tener sus prioridades marcadas en el siguiente orden: primero la Champions League, seguida por liga española, Mundial de Clubes, Copa del Rey, Supercopa europea y, finalmente, Supercopa española.

 

El Real Madrid estuvo en idéntica ocasión un año atrás. Abrió imponiéndose en la Supercopa europea al Sevilla e incluso conquistó el Mundial de Clubes en Marruecos, aunque más tarde nada de eso salvaría del despido a su director técnico, Carlo Ancelotti. A la hora de sacar conclusiones y fijar rumbo para el siguiente año, pesó mucho más el fracaso en los demás frentes (tal como una campaña antes, el apodado Carletto consiguió su continuidad sólo tras ganar la Liga de Campeones).

 

Este martes abrirá formalmente la temporada europea con la disputa de la Supercopa. El Barça, ganador de la Champions, enfrentará al Sevilla, monarca por segunda edición consecutiva de la Europa League. Partido abierto a sorpresas por lo poco rodados que arriban los contendientes, por lo reciente de la integración tanto de los refuerzos veraniegos como de quienes participaron en certámenes con sus respectivas selecciones. Y, además, por dirimirse en un encuentro en sede neutral (esta vez, en Tiblisi, Georgia; años atrás, de manera fija en el Principado de Mónaco).

 

Una tradición que comenzó a inicios de los años 70 y que tras no pocos problemas (por ejemplo, en 1974 se negaron al enfrentamiento los clubes de las dos Alemanias: el Bayern de la RFA, el Magdeburgo de la RDA) se ha consolidado en el calendario. Cotejo que desde una perspectiva lógica tendría que ser dominado por quienes levantaron la Champions y no el certamen continental alternativo (antes, la Recopa; hoy la Europa league), pero que en tiempos recientes ha roto los pronósticos en más de la mitad de los casos; en las últimas dos décadas, los flamantes ganadores de la Champions no se han coronado ni en la mitad de las ocasiones.

 

El Barça sabe de la dimensión del riesgo al que se expone. Coronarse en Tiblisi permitirá continuar con el sueño de otro año de seis títulos (parangón fijado por Pep Guardiola como estratega), aunque no otorgará mayores garantías a su actual entrenador, Luis Enrique. Perderla es asomarse al abismo así de pronto, abrir sometido a inmensa presión, sentirse escrutado y en deuda incluso antes de estar a punto y de siquiera haber comenzado. Sin duda, una noche que encierra gran trampa. Más, porque el Sevilla también brincará a la cancha con su dosis de incertidumbre tras cambios muy relevantes en su plantel (por ejemplo, se fue el goleador colombiano Carlos Bacca; llegó el italiano Ciro Immobile).

 

El inicio plácido de la temporada es lo que se juegan este martes los blaugranas. Un inicio que puede prorrogar la ilusión de obtener todos los trofeos posibles. Un inicio que, tranquilidad y estadística al margen, sólo aporta una copita.

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