GEVGELIJA, Macedonia. Llevando en brazos a su bebé de 10 días de nacido, Amina Asmani se abrió camino entre los policías antidisturbios macedonios, armados con bastones, y alcanzó a subirse a un tren que la puso un poco más cerca de alcanzar su destino soñado: Alemania.
Proveniente de Kobani, una ciudad siria asolada por la guerra, la mujer sintió que la suerte le sonreía cuando su hijo, su marido y ella lograron subir a un tren en Gevgelija, ciudad meridional de este país, donde la policía detuvo a muchos otros migrantes. Al día siguiente, Macedonia bloqueó la frontera e impidió que miles más cruzaran a Grecia. Muchos se quedaron varados en tierra de nadie.
El viernes la tensión aumentó cuando las fuerzas especiales de policía de Macedonia dispararan granadas que producen estruendos para dispersar una multitud de 3mil inmigrantes que habían pasado la noche a la intemperie y a quienes trató de arrestar en varias oportunidades. Al menos ocho personas resultaron heridas.
El bloqueo fronterizo obedeció, en parte, al caos que se vivió en la estación del tren de Gevgelija, ciudad que no queda lejos de la frontera con Grecia.
Macedonia, un empobrecido país balcánico y que no hace parte de la Unión Europea, se ha convertido en una importante ruta de tránsito para miles de inmigrantes procedentes del Medio Oriente, África y Asia. Casi 39 mil han pasado por allí en los últimos 30 días, según registros migratorios— el doble del mes anterior. La mayoría de los desplazados, más de 31 mil personas, son sirios. A la estación arriban unos 2 mi diariamente, un promedio que duplica a los mil de hace unas semanas.
Vienen en pateras y barcos procedentes de Turquía y luego cruzan Macedonia a pie con destino a Grecia, donde abordan el tren que los llevará a la frontera serbia. Allí, tratan de colarse a Hungría, país miembro de la Unión Europea, alianza que cobija a 28 naciones. Una vez en un país miembro de la UE, pueden pasar las fronteras con más facilidad en su intento por encontrar un país más próspero, aunque Hungría está construyendo un muro fronterizo con Serbia para tratar de detenerlos.
En un abarrotado vagón, Asmani acostó a su bebé en una cuna con mucho cuidado. Dijo que tuvo a dar a luz en una isla griega como parte del masivo éxodo migratorio propiciado por la guerra y la pobreza.
“Queremos ir a Alemania a encontrar una nueva vida porque en Siria todo fue destruido”, dijo mientras sostenía la mano de su marido y miraba con ternura al su bebé de cachetes sonrosados. “Los policías nos dejaron subir al tren sólo porque se sintieron lástima del bebé”.
En la estación, los ánimos se caldearon en las taquillas de venta de tiquetes así como en las filas para conseguir un permiso de trabajo temporal, que se otorga a los refugiados. Los hombres también luchaban por conseguir un espacio a la sombra que protegiera a sus familias del sol. Otros se empujaban por tomar agua de una sola llave disponible en el lugar o para que les alquilaran un enchufe eléctrico que los lugareños alquilan para que carguen sus teléfonos móviles.
“La gente está muy nerviosa porque han estado esperando aquí muchas horas”, dijo Najip Zazal de Afganistán, mientras se preparaba para abordar el próximo tren. “El sol ha sido agobiante y aquí no hay instalaciones, ni para niños ni para personas enfermas. Hemos estado caminando toda la noche para llegar acá”.
La mayoría de los inmigrantes cruzan a pie la frontera entre Macedonia y Grecia siguiendo la trayectoria de los oxidados rieles de tren que los lleva a esta estación pintada de amarillo, que no ha sido remodelada desde que la época en que Macedonia hacía parte de la Yugoslavia comunista, antes de la década de 1990.
La estación se ha convertido en uno de los principales focos de conflicto, tal como sucede en la isla griega de Kos o en el puerto francés de Calais.
Cuando entran a la estación de Gevgelija, los inmigrantes, exhaustos, son recibidos por comerciantes que les cobran el doble de lo que cuesta una botella de agua en otras tiendas a la vuelta de la esquina. También venden fruta y por un plátano o una manzana cobra un euro (1,12 dólares) o 2 euros (2,25 dólares) por cargar el teléfono celular.
“Nos están estafando pero, ¿qué se puede hacer cuando sientes que te vas a morir de sed o hambre?”, dijo Fadil, un sirio que sólo dio su primer nombre. “Lo único que queremos es subirnos a ese maldito tren y dejar esta pesadilla atrás”.
Pero subirse al tren no es nada fácil. Sólo hay tres trenes que diariamente recorren los 170 kilómetros (100 millas) hasta un lugar donde los migrantes tienen que caminar hasta llegar a Serbia. Los trenes tienen sólo dos vagones que pueden transportar a unas 150 personas cada uno.
Esta semana, unos 3.000 migrantes se quedaron varados en la estación de Gevgelija.
La semana pasada, la policía arrestó a tres sirios mientras que la multitud les arrojaba piedras, botellas y zapatos en su intento por imponer orden en la estación. Varios migrantes han resultado heridos en enfrentamientos con la policía, que busca contener las arremetidas de la turba hacía los trenes y sólo permitir el ingreso de familias con niños pequeños.
A menudo, las familias se separan en medio del caos.
Un niño que lucía una camiseta roja buscaba frenéticamente a su madre. Gritaba “mamá, mamá” mientras llevaba de la mano a su hermanita menor de un lado al otro de la estación. Sus padres se encontraban varios metros atrás. Su paso había sido bloqueado por la policía. Una mujer que lucía una pañoleta negra lloraba desesperada porque, según dijo a la policía, su hermana y su hermano estaban al otro lado del cerco policial.
Obad, un migrante de 20 años oriundo de Siria, dijo que él y sus compañeros de viaje no les molestó el caos de la estación. A cosas mucho peores habían sobrevivido.
“No le tenemos miedo a nada”, dijo. “Nosotros hemos escapado de la muerte”.