Al margen de su mayor o menor competitividad, todo puede suceder en una liga: algún grande en desgracia, algún modesto inspirado, algún ídolo que traicionó a sus colores y se marchó al acérrimo rival. En el caso de la española, todo, menos que sus par de reyes esté en sequía.

 

Lo verdaderamente excepcional de las primeras dos jornadas había sido que ni Cristiano Ronaldo ni Lionel Messi anotaran.

 

 

Su voraz regularidad, su capacidad depredadora, su habitual encuentro con las redes rivales, han hecho que durante al menos seis temporadas nos acostumbremos a verlos celebrar al menos un gol por partido y que no sea raro que acumulen semanas de a tres.

 

Sólo así se explica que estemos ante quienes pasarán a la historia como máximos goleadores de los dos grandes (Messi ya lo es en el Barça, Cristiano está a seis de serlo en el Madrid), así como en la historia de la liga española (el argentino encabeza el listado, el portugués tomará la segunda plaza en unos meses) e incluso de la Champions League (comparten la cima con un total de 77) o de sus respectivas selecciones (Lionel a siete tantos del mayor artillero albiceleste, Gabriel Batistuta, y Cristiano ya en la cúspide del representativo lusitano).

 

Tras ese inicio árido, este fin de semana las constelaciones volvieron a acomodarse: Cristiano metió cinco goles, al tiempo que Messi salió de su atípica suplencia (propiciada por su viaje con la selección y por el nacimiento de su segundo hijo) para definir un partido por demás trabado.

 

Basta con decir que delanteros muy relevantes de unos 15 años atrás jamás pasaron de treinta goles en una campaña y hasta fueron campeones de goleo con menos de veinte conquistas. Ellos, en el planeta que comparten, están en dimensiones inimaginables: Cristiano ha hecho al menos cincuenta tantos en las últimas cinco temporadas (en dos de ellas, incluso sesenta), mientras que en ese lapso la peor de Messi ha sido de 41 goles, pero eso lo compensa con una de 73.

 

Atribuir sus abismales cosechas solamente a la pobre competencia que ofrece el común de los rivales españoles, tiene bastante sentido pero también es simplificar demasiado. Lo mismo en Champions y ante gigantes de las principales ligas, suelen ser altamente resolutivos.

 

¿Por cuánto tiempo más? Me atrevo a decir que al menos por un par de años más, lo cual ya es demasiada duración. Por vueltas que demos a la historia de este deporte, nunca dos figuras resaltaron tan evidentemente por encima del resto durante un período tan largo. Hablamos de que los últimos siete años han acaparado el Balón de Oro, así como se han repartido siete de las últimas ocho Botas de Oro, duopolio sin precedentes para un deporte de conjunto y hasta para alguno individual (sólo en ajedrez hallaríamos algo similar entre Anatoly Karpov y Garry Kasparov, con la diferencia de que más bien la era de hegemonía de uno relevó a la del otro).

 

¿Qué pasaría si Messi y Cristiano jugaran en otra liga? ¿O si lo hicieran rodeados por menos cantidad de talento? Evidentemente estos registros mermarían, pero lo mismo podremos preguntarnos por los títulos mundiales de Pelé con tres grandes selecciones de Brasil o, saliendo del balompié, por las glorias en Super Bowl de alguien de la magnitud de Joe Montana.

 

Y es que, talento al margen, lo que hace a los dos tiburones vivir en tan inverosímiles números, es el ingrediente indispensable de la vida: nunca darse por saciados, nunca sentir que han logrado suficiente. Y si a eso añadimos lo que les implica tenerse mutuamente como puntos de referencia, vivimos con calculadora.

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