El municipio de Cosalá, en Sinaloa, es la puerta de acceso a los escarpados y frondosos cerros donde cuerpos de élite mexicanos intentan cazar al capo Joaquín Guzmán Loera, pero también una joya turística colonial llena de gente amable pero reservada que rehuye como al diablo de la palabra Chapo.
Conocido como Quetzalla o Cozatl (“lugar de bellos alrededores” o “lugar de Guacamayas”) fue descubierto por los españoles en 1531 y fundado en 1562 por el minero Amador López, que detectó el enorme potencial de los yacimientos de plata que harían famoso al municipio.
Cinco siglos después, lo único que evoca a ese mineral parece ser la famosa frase de “plomo o plata” con la que los narcotraficantes ponen de su lado a la población, en el caso de Cosalá generosa en evasivas cuando se le consulta sobre el líder del Cártel de Sinaloa, fugado de una prisión hace más de tres meses.
Los pueblos prehispánicos del área, tepehuanes, acaxees y xiximies, tenían “el carácter seminómada y su ruta natural era hacia la serranía del actual estado de Durango”, según la información turística local.
Cosalá se encuentra en el extremo oriental de Sinaloa, cerca de la frontera con Durango.
Junto con Chihuahua, esos dos estados forman el llamado Triángulo Dorado de la droga mexicana, dónde están las pistas clandestinas de las que despegan avionetas con heroína y cocaína hacia Estados Unidos.
Según diversas versiones, tras escapar el 11 de julio de la cárcel del Altiplano, en el Estado de México, por un túnel de 1,5 kilómetros, El Chapo fue llevado en coche hasta un aeródromo privado del vecino Querétaro.
Tomó una avioneta hasta Sinaloa y otra más hasta su feudo del Triángulo Dorado, donde se esfumó durante más de dos meses.
Allí, concretamente en la franja municipio duranguense de Tamazula, a la que se llega por Cosalá, escapó a principios de octubre de la Marina gracias a una niña que impidió que las fuerzas de seguridad mexicanas le dispararan, aseguran algunos.
En su huida cayó por un precipicio, se hirió el rostro y una pierna, pero se perdió entre los riscos y prosiguió con la vida errante que todo líder criminal se ve obligado a llevar, emulando con su trashumancia a las viejos pobladores precolombinos de la zona.
A Cosalá se llega por la carretera que une a Culiacán (capital de Sinaloa) con Mazatlán hasta un entronque que deriva en un tramo de 50 kilómetros hacia la Sierra Madre Occidental.
La creciente sinuosidad del camino, la vegetación que devora poco a poco el asfalto, las vacas, burros y rapaces que se cruzan en la calzada, la lacerante precariedad de las casas aledañas a la vía y los dos cementerios del trayecto se presentan como un negro presagio de lo que espera al final de la ruta.
Sin embargo, la belleza de Cosalá, solo atenuada por el retén militar en el arco de bienvenida al municipio, resulta balsámica y casi irreal. Más aún si se compara con los relatos de los periodistas que han tratado de llegar hasta las rancherías de Tamazula.
Caminos tan empinados que solo el mejor 4×4 es capaz de subir, lodazales de los que es imposible salir y amenazantes halcones que toman nota de cada movimientos de los curiosos que se atreven a llegar allí nutren sus narraciones.
Para desplazarse por esa serranía la mejor opción son los cuatriciclos de potentes motores que abundan en Cosalá, llamativamente pintados y con altavoces por los que resuenan narcocorridos que llenan de folclore las calles y hacen las delicias de sus jóvenes conductores.
De las rancherías de Tamazula proceden alrededor de 250 personas que llevan varias semanas ancladas en Cosalá, lejos de sus hogares, y que este jueves recibieron despensas con comida de las autoridades locales, tras denunciar que la Marina mexicana disparó contra sus casas en su afán de detener a El Chapo.
Entre discursos oficiales, uno de los desplazados le dice por lo bajo a EFE que “es bueno que (Guzmán) esté libre” porque “ayuda a la gente”.
Al acto de entrega de los víveres asiste el alcalde de Tamazula, Ricardo Ochoa Beltrán, que según el diario mexicano El Universal es concuñado de El Chapo, algo que él ha desmentido.
Nadie tiene o quiere tener nada que ver con el innombrable, aunque el cerco se cierra sobre él después de que la fiscalía general anunciara el miércoles el desmantelamiento del grupo que le ayudó a escapar.
Pese a ello, la bella Cosalá parece ajena al drama y sus habitantes ofrecen su mejor cara de póquer cada vez que se les pregunta por el narcotraficante.
Solo una cajera de gasolinera se anima a hablar, tal vez porque lo hace tras un cristal con espejo que impide ver su rostro.
Explica que ha llegado a Cosalá para estudiar desde Apacurí, una ranchería de Tamazula que no aparece en ningún mapa ni en internet.
De allí no ha tenido que huir nadie “porque está más lejos que las otras rancherías y porque allí están ellos”, argumenta recalcando esa última palabra con tono enigmático.
Ante lo que parece ser una pista, el reportero de EFE pregunta frontalmente si tiene alguna idea sobre el paradero de El Chapo.
“No te voy a decir dónde está porque sino no te vuelvo a ver”, le responde la joven. Y le da un recibo.