La última vez que estuve en el auditorio Che Guevara ya no había butacas y el escenario estaba desmantelado. Había cobijas y mochilas por todos lados y un leve olor a mariguana se alcanzaba a percibir. Las oficinas laterales habían sido convertidas en cocina comunitaria y otros espacios en improvisados dormitorios.
Algunos de los jóvenes me barrían con la mirada y el gesto de uno de mis acompañantes les decía que todo estaba bien, que tenía permiso para estar ahí. Pero cada vez es más difícil entrar; hay dudas de que quienes controlan el acceso sean de la UNAM, los ex líderes del movimiento que inició la huelga de 1999-2000, que fue el momento a partir del cuál las autoridades pierden el control del espacio, no los reconocen.
También tuve oportunidad de ingresar al auditorio cuando todavía tenía sus butacas y el escenario tenía el equipo de iluminación y sonido. Había funciones de teatro, cine, discusiones en torno a la democracia y a la educación. Los activistas universitarios ya lo conocían como Che Guevara y las autoridades como Justo Sierra. El nombre de Che Guevara se le puso después del movimiento estudiantil del 68 en honor al guerrillero argentino, que combatió en la revolución cubana al lado de Fidel Castro y que, por cierto, estudió en la UNAM.
Pero después del movimiento del CGH, el espacio fue tomado por grupos de personas que las autoridades no reconocen como estudiantes: hay una mezcla de intereses que toca, incluso, a grupos armados clandestinos, pero también a personajes que son utilizados por grupos políticos.
Ahí platiqué alguna vez con el Rocco, un “estudiante” de 50 años que dañó con una pinta el Mural de David Alfaro Siqueiros, El Derecho a la Educación, que está en la Rectoría, y que después fue detenido por apedrear la embajada de Estados Unidos.
Pero esos activistas poco a poco se fueron, y quedaron otros, una parte, no identificados como universitarios. En marzo de 2014, dos grupos se enfrentaron a golpes por el espacio que actualmente sirve, también, como bodega de los vendedores que se instalan en los pasillos que rodean la Facultad de Filosofía.
El auditorio se convirtió en un símbolo de los movimientos radicales en la UNAM. Ninguna autoridad se ha atrevido a desalojarlos y a volver a utilizar el espacio para actividades culturales y académicas.
La charla
La última vez que tuve oportunidad de platicar sobre el tema con autoridades universitarias fue con el ex rector, Juan Ramón de la Fuente; con el entonces director de la Facultad de Medicina y ahora rector, José Narro, y con el ex secretario General Enrique del Val Blanco. El entonces jefe de Gobierno Alejandro Encinas había visitado la institución y ese día publiqué en Reforma un reportaje sobre los vendedores que están afuera de la Facultad de Filosofía.
Entre broma y broma me reclamaban por el texto.
--Quiere a tu universidad, yo creo que ni eres universitario porque la criticas mucho, me decía Del Val.
--Sí la quiero, por eso escribo de sus problemas, respondía yo, en los pasillos de la Facultad de Medicina.
El doctor De la Fuente, también entro a las bromas-reclamos.
--¡Pepe! --le dijo al entonces director de la Facultad de Medicina, José Narro--, dice Alberto que dónde pusiste a tus ambulantes...
--Es que como sabía que él iba a venir, les dije que no salieran, respondía Narro.
Era septiembre de 2005. Han pasado 10 años de aquel encuentro y casi 15 años desde que se realizó el paro estudiantil de casi un año, El Che Guevara sigue fuera del control de las autoridades y los pasillos siguen ocupados por vendedores.