El ser humano por naturaleza es un ser social, un ser que requiere del otro para poder sobrevivir en la infancia. De hecho, la especie humana es de las más dependientes (si no es que la más), ya que al nacer requerimos de la total atención materna para poder sobrevivir y desarrollarnos en el mundo.
Si tenemos la suerte de ser amados por nuestros padres o quien nos cuide, podremos desarrollarnos en un medio ambiente más sano y propicio para convertirnos en personas mejor constituidas, con estructuras internas más fuertes para enfrentar las adversidades que la vida por naturaleza trae consigo.
Y es desde este lugar que siempre, para el ser humano, es importante el contacto con el otro, no para depender totalmente de él (sólo cuando somos pequeños); conectar con el otro no significa que nos colguemos de él, sino que podamos disfrutar de las relaciones de tal forma que nos nutran saludablemente, basándonos en el amor y el respeto, y no de manera destructiva, absorbente, y codependiente, sino más bien promoviendo y creando ese tipo de relaciones que nos permitan la libertad ser nosotros mismos, que afirmen nuestra individualidad, donde tomar nuestras propias decisiones sea algo común, asumiendo las consecuencias que estas traigan con responsabilidad.
Así como dando el espacio y la libertad necesaria para que los demás puedan también crecer, ser y desarrollarse abiertamente. Las relaciones saludables se construyen, todas ellas son creadas por nosotros, y dependiendo de cómo somos, de cómo crecimos, de cómo aprendimos a convivir con el otro, es que construimos cada uno las nuestras, con nuestros hijos, con la familia y con los amigos y conocidos.
Es por ello que considero importante que podamos darnos la oportunidad de ser observadores de nosotros mismos, del tipo de relaciones que hemos ido construyendo a lo largo de la vida, de cómo nos relacionamos y funcionamos en nuestro medio ambiente social.
Si al observarnos nos damos cuenta de que tenemos relaciones conflictivas con el mundo que nos rodea, es más fácil que podamos tener la capacidad de atender y trabajar en ellas, cambiando lo necesario de nosotros para co-crear relaciones más saludables o salirnos de aquellas que nos perjudiquen.
Sin embargo esto no es algo sencillo de hacer y es por ello que buscar el apoyo de alguien que nos pueda hacer ver las dinámicas de conducta que asumimos en nuestras relaciones, y darnos cuenta de la forma cómo hemos sido responsables de crear o participar en la creación de ese tipo de relaciones nos puede ayudar a transformarlas positivamente.
Buscar terapia puede ser opción o encontrar algún recurso que sea accesible para vernos a nosotros mismos y así evitar replicar patrones negativos de relaciones destructivas, pues si no hacemos los cambios adecuados, en su momento nuestros hijos corren el riesgo de replicar ese tipo de relaciones con sus parejas y sus familias causando sufrimientos y penas profundas que pueden marcar su vida de forma muy dolorosa.
Si nos armamos de valor para trabajar en nosotros, nuestras relaciones sin duda podrán ser transformadas positivamente. Y es ahí donde está la responsabilidad personal de cada uno de nosotros de crear ambientes físicos y sociales más ligeros, saludables y nutritivos.
