Los políticos mexicanos tienen una cápsula contra los malestares de la pobreza, por eso han perdido sensibilidad sobre las necesidades de la sociedad para la que trabajan.
Salen de una casa con temperatura artificial que no les permite sentir el calor intenso o el frío. Suben a su cápsula, un vehículo último modelo con asientos de piel y aire acondicionado que los aísla de su entorno. Tienen un chofer que les permite leer o revisar su teléfono (con internet pagado con recursos públicos) mientras recorren las caóticas avenidas capitalinas.
A los payasos de crucero, a la señora que pide limosna, al tragafuegos y al vendedor de chicles y dulces callejero sólo lo ven, si es que despegan de sus documentos o de su teléfono la mirada, a través de un cristal, a veces polarizado.
No padecen el calor de las horas pico del metro. No intentan subir al metrobús, ni escuchan la música, a todo volumen, del microbús. El olor a orines de los paraderos a los que ahora llaman Centros de Transferencia Modal, les es ajeno.
De las largas esperas en el Seguros Social sólo las conocen por los periódicos o las redes sociales, cuando ponen atención al tema. Toman decisiones con base en las estadísticas que les dan sus colaboradores, que, además, siempre les dicen que todo va bien para no ser regañados por no cumplir con su trabajo.
Llegan a su oficina, también con aire acondicionado, a la que suben directamente del estacionamiento por una puerta exclusiva, para no ser molestados.
De manera consciente o inconsciente se alejan de la pobreza con la cual sólo tienen contacto por medio de estadísticas. Las personas se convierten en números, a las cuales meten en ecuaciones con variables que les dan más números, que finalmente son interpretadas por sus asesores para decidir sobre apoyar o desaparecer un programa social.
Pérdida de tiempo
A finales del año pasado, un secretario de Gobierno me comentó, en una charla privada, que si él un día fuera gobernador o jefe de Gobierno, lo primero que haría sería desaparecer los actos en los que se cortan listones o se presentan programas en una oficina o en un patio oficial: “Eso no sirve par nada, sólo le quita el tiempo a quien sí trabaja. Después todos se olvidan de dar seguimiento. Son actos en los que se promete mucho y se cumple poco”.
Lo que se debe hacer, me comentaba, es recorrer las calles, acudir a las zonas de obras a supervisarlas o a ver que se esté atendiendo de manera adecuada a la gente en las ventanillas y que, efectivamente se construya la banqueta que se necesita.
Cuentan que hubo un equipo de un gobernante, que aislaba a su jefe. Si era invitado a inaugurar o presentar uno de los programas de su gobierno, primero preguntaban si todo estaba controlado y si no era así no iba. O pedía que reprodujeran en el patio de sus oficinas lo que inauguraría.
Si era un parabús, replicaban el parabús y el carril del autobús de transporte público en el patio del Palacio de Gobierno; si tenían que inaugurar un prototipo de una tienda, replicaban la tienda en su patio y todo tranquilo.
No salía porque le preocupaba que le gritaran. Y si a esto le sumamos que, vivía en un departamento lujoso, viajaba en camioneta blindada con aire acondicionado, y no prácticamente se la pasaba en sus cómodas oficinas, el problema era grave. Ese jefe de Gobierno (que también pudo ser un gobernador) había perdido la dimensión de la realidad que vivía su ciudad (o su estado). Por esa situación llegó a tomar decisiones muy erradas, casi contrarias a lo que necesitaba su metrópoli.
Deben viajar en transporte público
Los legisladores y los servidores públicos mexicanos están demasiado consentidos y mal acostumbrados. Hay desde diputados hasta funcionarios que tienen más de un celular, o, incluso, hasta dos choferes, uno que usan para ellos y otro para su esposa o hijos. De alguna forma buscan cómo darle vuelta a la ley para que esto no “salte” en las auditorías. Siempre encuentran un camino. Por ejemplo: por instrucción oficial los vehículos oficiales deben estar rotulados, pero hay fuentes que, aseguran, que muchos usan logos con imán, que pueden quitarse y ponerse a discreción.
Por eso, en lugar de darles todo: seguro de gastos médicos, autos, celulares y pagarles sus comidas, debería ser obligatorio para ellos viajar cuando menos una o dos veces a la semana en transporte público, y así percibir los problemas y el resultado de sus decisiones. A ver sí son las mismas que ahora. A ver si perciben la realidad como lo hacen ahora.