Pudo ser por impulso, aunque lo más probable es que Andy Murray haya sopesado largamente su decisión de apoyar de último minuto a la independencia de Escocia, que haya considerado la conveniencia de externar su opinión, que haya comprendido la irreversibilidad de lo que en ese sentido dijera, palabras que ya lo acompañarían para siempre.
Un simple tuit el día del referéndum que planteaba la separación escocesa en relación con la Gran Bretaña, nada menos que de parte del tenista que, tras más de siete décadas de espera, devolvió gloria al país creador de este deporte. En todo caso, tenía derecho a cualquier parecer, así como otro escocés celebérrimo en Inglaterra, Sir Alex Ferguson, respaldaba públicamente la causa adversa a la independencia.
Para ese momento, Murray ya había subido a dos podios olímpicos con la bandera de la Union Jack (un oro y una plata en Londres 2012), así como se había convertido en el primer raquetista del Reino Unido en imponerse en el santuario de Wimbledon en 77 años.
Fred Perry, ese aristocrático playboy visto a perpetuidad como símbolo del ser inglés, fue en 1936 el último británico campeón en el certamen disputado anualmente en el All England Club –el nombre oficial del complejo tenístico ubicado en el suburbio londinense de Wimbledon, añade tesituras a esta polémica.
El propio Perry había dado a la Gran Bretaña sus últimos cuatro títulos de Copa Davis en los años treinta, larguísima racha quebrada por este muchacho que lleva el nombre del santo patrono de Escocia; Andrew, cuya crucifixión en equis propició indirectamente el rasgo más imponente de la Union Jack que son esas rayas en diagonal, integradas a las dos en cruz tradicional (estas últimas por el patrono inglés san Jorge y el irlandés san Patricio).
Un estudio reciente echaba abajo un mito que yo francamente daba por cierto: aquello de que con base en sus triunfos o fracasos, Murray era calificado por la prensa inglesa ya fuera como británico o escocés. Lejos de esa realidad, sólo se pudo constatar que Andy es manejado más a menudo como escocés en medios escoceses y como británico en los ingleses, sin importar los resultados.
Antes de esta final de Copa Davis, en la que ha concedido al Reino Unido la segunda de las gestas postergadas por más de tres cuartos de siglo, un espléndido editorial en el diario escocés The National, explicaba que “Murray se ha convertido en el estandarte de quienes no tienen problema en apoyar a un equipo deportivo británico, pero que desean la independencia del reino”. ¿Incoherencia? Desde mi perspectiva todo lo contrario para quien como cientos de miles de escoceses vive en Londres y representa de alguna manera a su país –que es el británico–, mientras mantiene la postura política de que lo más adecuado sería la escisión.
Murray asumió un riesgo con su sinceridad durante el referéndum de septiembre de 2014, aunque el tiempo (y acaso esta Copa Davis) han ratificado su derecho a opinar. Otro independentista, Sean Connery, dio vida en el cine al agente británico más célebre de la historia e incluso fue condecorado como Sir por la reina Isabel II. Murray, que desde 2013 tiene la condecoración de OBE (Order of the British Empire), pronto recibirá esa misma distinción de Sir y entonces se reabrirá el debate sobre su preferencia, esencia y procedencia.
Él, seguramente, continuará a lo suyo, que es jugar y muy a menudo ganar.