Parte del encanto de un recinto religioso radica en la continuidad de los tiempos, en esa sensación de que se está perteneciendo a un credo precisamente en el sitio donde lo hicieron añejas generaciones, en ser parte de una larga cadena de culto en el exacto espacio en el que lo efectuaron quienes antes propiciaron o compartieron nuestra pleitesía.
En épocas remotas eso derivaba en verdaderos collages, en estilos arquitectónicos yuxtapuestos, encimados, incorporados. En tiempos modernos, en efectuar remodelaciones hasta donde estas puedan dar o avanzar.
Lo anterior vale lo mismo para toda religión como para sus sucedáneos populares, como pueden ser la devoción musical (pensemos, por ejemplo, en los ladrillos del viejo The Cavern de los Beatles utilizados para erigir a unos metros otro bar) o la deportiva.
El Chelsea, en su afán de por fin contar con un estadio moderno y de mayor capacidad, tiene un problema distinto al del común de los clubes. No con pocas críticas, pero el Arsenal pudo convertir en complejo habitacional el estadio de Highbury (ese al que tiempo atrás apodara Home of Fotball) y trasladarse al futurista Emirates. Otro cuadro londinense, el West Ham, pronto será local en el Estadio Olímpico del Parque reina Isabel II, dejando atrás más de 110 años de historia en el Boleyn Ground.
A diferencia de esos casos, la directiva del Chelsea está imposibilitada para toda mudanza: una cláusula indica que si el equipo deja de jugar en donde se ubica Stamford Bridge, ya no podrá llamarse Chelsea FC (exigencia curiosa en un club denominado Chelsea, pero jamás local en el barrio de Chelsea, sino en el vecino Fulham). Por tal motivo, la institución blue está obligada a complejos malabares si desea ampliar su aforo y mejorar las condiciones de su hogar, máxime si consideramos que lo único que no hay en los trepidantes alrededores de Stamford Bridge es espacio, a la vez que se encuentra enclaustrado entre dos líneas de metro.
Después de muchos años siendo retocado y modernizado, Stamford Bridge ha llegado a su límite y sólo queda la alternativa de derribarlo para de raíz volver a levantarlo. Eso implicará una obra especialmente costosa, al tiempo que el nuevo estadio tiende a ser menos grande de lo deseado.
¿Qué hace especial a un santuario: su ubicación o su construcción? Por tomar otro ejemplo londinense, Wembley se rehízo sin haber permitido siquiera que sobrevivieran las antiguas torres que daban acceso al alguna vez conocido como Empire Stadium. No obstante, a decir de muchos el mantenerse en ese mismo terreno permite que se preserve un aura (acaso el sentir que específicamente ahí fue la coronación en el Mundial de 1966, y la final del Caballo Blanco de 1923, y el concierto de Queen, y tantos etcéteras). Por pensar en el caso brasileño, mucho más nostálgico y aferrado a unas paredes, el nuevo Maracaná conservó su cascarón original.
En su momento, Arsenal decidió cambiarse de casa. Chelsea ya lo habría hecho de no ser por esa cláusula, aunque, probablemente, terminará agradeciéndola porque continuará en el exacto terreno en el que fue fundado en 1905. Aquello de pretender mudar una fe es cosa difícil. Si fuera fácil, a lo largo de la historia no se habrían levantado tantos santuarios encima de los anteriores.