Cuando fue estrenada en mayo de 1977, Star Wars se convirtió en un parteaguas en la historia del cine por muchas razones: sus efectos especiales, su inspiración de los viejos seriales de aventuras, mostrar nuevos mundos y criaturas y un larguísimo etcétera. Pero hay un elemento dentro de la saga, incluidos los videojuegos y series animadas, que lo cohesiona todo y le da no sólo forma y ritmo, sino alma a la historia creada por George Lucas y que ahora retoma J.J. Abrams: la música.
En la década de los años 70, el cine de Hollywood tenía la tendencia de la época a mostrar bandas sonoras poco originales, o influenciadas por los ritmos del momento, como la música disco o el siempre efectivo recurso de utilizar canciones de un artista popular dentro de la trama o una secuencia determinada.
Lejos habían quedado los días en los que las grandes orquestaciones dominaban la pantalla junto con las imágenes para crear momentos memorables en la historia del cine, del tipo de un Lawrence de Arabia y el score de Maurice Jarre, o Los Diez Mandamientos y la cautivante atmósfera creada por Elmer Bernstein en la parte musical, por mencionar algunos.
Era la época en la que música y película estaban íntimamente ligadas, cuando el espectador salía de la sala de cine tarareando o silbando el tema musical que, inevitablemente, lo remitía a la experiencia que acababa de ver en la pantalla. Pero los años 70 habían dejado eso muy lejos.
Para ese entonces, John Williams ya había ganado un par de Oscares por su trabajo en la adaptación de El Violinista en el Tejado y por el ahora legendario score de Tiburón, de Steven Spielberg, quien fue el que le recomendó a Lucas que contratara al músico neoyorquino para que se hiciera cargo de la música de su ópera espacial.
Lucas inicialmente quería hacer algo parecido a lo que hizo Stanley Kubrick con 2001: Odisea del Espacio, que era utilizar música clásica ya grabada y ponerla sobre las escenas, pero Spielberg lo convenció de que platicara con Williams. Y gracias a eso, el cine vio nacer a uno de los scores más premiados, reconocidos y admirados en la historia. No por nada el American Film Institute lo ubicó en 2005 en el primer lugar de su lista de los mejores scores de la historia.
Y no es para menos. Williams ha sido el creador –quizá el último de su especie- de varios de los temas más famosos de la pantalla grande: Tiburón, Star Wars, Indiana Jones, Superman, Parque Jurásico, Harry Potter y un larguísimo etcétera que lo ha hecho ganador, de manera inexplicable, de únicamente cinco premios Oscar.
Y es que desde el inicio mismo de Star Wars, el espectador recibió un golpe emocional que, aunado a las imágenes, se convirtió en parte importantísima del éxito que tuvo la película original. De hecho, el trabajo de Williams se convirtió en un personaje más dentro de la trama y, hasta la fecha, en el elemento más característico de la saga.
De más está señalar que Williams obtuvo su tercer Oscar gracias a Star Wars (a pesar de que compitió ese año contra sí mismo con otro de sus grandes scores, el de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, también de Spielberg). La importancia de su trabajo radicó en que puso de nueva cuenta en oídos de productores y directores -por no decir que del mundo entero- la música sinfónica en el cine.
Quizá por ello es que es considerado como uno de los más grandes compositores en la historia del Séptimo Arte, sino es que el más, junto con otros grandes maestros como Ennio Morricone, Jerry Goldsmith, John Barry, Henry Mancini y muchísimos otros legendarios músicos sin los cuales no existirían en la actualidad talentos como los de Hans Zimmer, Alexandre Desplat, Alan Silvestri o Howard Shore.
En su momento, el soundtrack de Star Wars se convirtió en el más vendido en la historia. Los discos “sencillos” (45 rpm, que incluían el “Tema Principal” y como Lado B el “Tema de la Cantina”) se vendían por millares. Y hasta la música disco cedió ante el encanto de Williams y su trabajo gracias a un músico y productor de Pennsylvania, Dominico “Meco” Monardo, que realizó una ahora histórica versión de 15 minutos con los temas más representativos del trabajo de Williams. Quizá junto con el tema de James Bond, el de Star Wars es el tema de cine más covereado, parodiado y grabado en prácticamente cualquier versión imaginable, desde disco hasta heavy metal.
Williams no paró ahí. Su siguiente trabajo dentro de la saga, El Imperio Contraataca, es considerado por muchos como el mejor score en su carrera, y fue víctima de uno de los más grandes “robos” que ha realizado la Academia de Cine de EU, cuando el Oscar de ese año se lo otorgó a Michael Gore por su trabajo en Fama. Con El Regreso del Jedi, vino otra nueva nominación (hasta el momento, Williams es la persona viva con más nominaciones al Oscar en la historia, con 49).
Y si bien su trabajo en las controversiales y criticadas precuelas (Episodios I, II y III) no compitió por la dorada estatuilla, fans y crítica en general coinciden en que es, por mucho, el elemento más sobresaliente de dichos filmes. Ahora, para El Despertar de La Fuerza, Williams regresa para hacerse cargo de la música. Y es que no puede ser de otra manera: Star Wars y Williams forman parte del mismo ADN. No se puede concebir al uno sin el otro.
A los 83 años de edad y padeciendo recientemente de algunos problemas de salud, el legendario compositor está muy cerca del retiro, aunque se presume y se especula que también se hará cargo de la partitura para los Episodios VIII y IX. Lo que es un hecho es que Abrams tuvo uno de sus mayores aciertos al requerir, nuevamente, de los servicios de quien ha hecho volar la imaginación de millones a través de la música.
A una semana de que se estrene el esperadísimo Episodio VII, la ansiedad de los fans por saber (o no saber) qué es lo que tiene bajo la manga J.J. Abrams alcanza proporciones inusuales. Ya estaremos platicando en la próxima entrega de si el filme cubrió las expectativas o no, pero lo que es un hecho es que, dentro de lo poco que se sabe del filme, una cosa es segura: John Williams es el as bajo la manga, el arma secreta de Star Wars cuyo nombre impone respeto, admiración y un sentido de aventura que nadie ha podido igualar. Honor a quien honor merece.