Los populistas se balconean solos: suelen confrontar a la sociedad con las instituciones. La hoy ex presidenta argentina Cristina Fernández lo hizo hasta el último segundo de su mandato.
Su egolatría siempre fungió como un ente supranacional y sus deseos hicieron las veces de leyes meta constitucionales porque el Poder Judicial siempre le estorbaba. Su último berrinche, el no haber sido generosa con el presidente entrante, lo compró Mauricio Macri.
El domingo, al estilo de Laura Bozzo, la todavía presidenta argentina decidió publicar en su cuenta de Facebook el supuesto tono grosero y displicente que sostuvo Macri durante una conversación telefónica para acordar el ritual de traspaso de poderes. La mandataria le dijo a Macri que no la insultaba por ser presidenta sino por ser “mujer sola”.
La controversia y desacuerdo que ocurrieron durante su diálogo telefónico contemplaba dos episodios durante la toma de posesión: la presencia de los dos en la Asamblea y la posterior entrega de bastón y banda presidencial en Casa Rosada. Fiel a su egolatría, Cristina quería el 2 X 1. Es decir, acudir sólo a la Asamblea ahorrándose la foto que ella no estaba dispuesta a posar: en un atmósfera fuera de su control (en Casa Rosada), Cristina no sería el centro de atención, por lo tanto, no estaba dispuesta a entregarle a Macri el bastón y la banda bajo esas condiciones. Por el contrario, con el mayor número de legisladores peronistas y con balcones atiborrados de seguidores de Cristina, Macri se hubiera llevado una rechifla en la Asamblea.
Macri decidió enviar una medida cautelar al Poder Judicial y una jueza determinó que Cristina dejaría de ser presidenta el último segundo del miércoles. “Me voy a convertir en una calabaza”, dijo Cristina a sus huestes la noche del mismo miércoles. Macri resolvió el problema de traspaso de poderes pero incentivó el histrionismo de Cristina, la populista cleptócrata.
(Imposible olvidar el striptease de López Obrador alrededor de la toma de posesión de Felipe Calderón.)
Cristina Fernández le hereda a Macri un gasto público equivalente al 47% del PIB argentino; de los 87 mil millones de dólares en 2002 pasó a 225 mil millones en 2015. Cristina usó bienes públicos para fines privados. Regalaba dinero bajo ornamento de subsidios a la energía y transporte; articulaba programas sociales para buscar lealtades con rostro de votos. En efecto, y como decía un clásico de la economía: los desayunos gratis no existen, alguien los tiene que pagar. Al estilo de Nicolás Maduro, no existió independencia entre el Banco Central y Cristina, por lo que para conocer las cifras macroeconómicas uno tenía que hacer pronósticos como sucede cuando juega el Boca contra el Ríver. Los dólares son escasos, por lo que el tipo de cambio oficial (casi 10 pesos por dólar) es imposible de conseguir. Su hermano, el dólar blue, se distribuye en el mercado negro 50% más caro.
Su fortuna personal, la de Cristina, creció más de 10 veces de 2003 a la fecha; recientemente declaró tener 26 propiedades. En 12 cuentas bancarias distribuye poco más del 34% de su fortuna. El total de sus activos supera los 70 millones de dólares.
Su cinismo es incontrolable. El dinero negro le llega de varias fuentes. Una de ellas, a través de lavado en un hotel de Calafate, en la Patagonia, en el que Cristina es accionista.
La lista de enriquecimientos en el círculo de Cristina parece interminable. Desde su vicepresidente (Amado Boudou) a su secretario legal y técnico (Carlos Zannini) pasando por su agregado en la embajada en Italia (Guillermo Moreno). Es el peronismo de Cristina Fernández; parte del populismo cleptócrata que despierta fanatismo.
Algo está sucediendo en América Latina. El famoso eje chavista no está roto. Ya no existe.
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