Cuatro meses de competencia, los que van de fines de enero a fines de mayo, definirán el legado en títulos de Josep Guardiola con el FC Bayern Múnich. Cuatro meses para añadir a sus dos Bundesligas, una Copa alemana, una Supercopa europea y un Mundial de Clubes, los trofeos que por dos años se han negado a llegar como la Champions League. Cuatro meses e irá a su siguiente destino, cargado de su telúrica intensidad y su devoción a una serie de ideas.
Su arribo no pudo ser bajo circunstancias más complejas: haber heredado a un plantel campeón de todo, el mejor Bayern de la historia en términos de títulos, la locomotora que arrasó con todo bajo el timón de Jupp Heynckes, líder diametralmente distinto al que relevó.
Visto a dos años y medio de su debut en el banquillo del apodado Stern des Südens (“Estrella del sur”, como canta su pegajoso himno), es un hecho que Guardiola no ha podido igualar en trofeos a su predecesor. Más aun, padeció dos dolorosísimas eliminaciones en semifinales de Champions League; en 2014 a manos del Real Madrid con global de 5-0 y en 2015 ante su ex Barça con un 3-0 en la ida.
No obstante, incluso si fracasara en su tercer intento por dejar en las vitrinas de Säbener Straße una Liga de Campeones, Guardiola sabrá que ha ganado. Se probó capaz de instaurar un estilo de juego lejos de su casa y cultura futbolística, con un plantel habituado a roles distintos. Mostró que la dinámica, abrumadora posesión, tránsito de balón, intercambio de posiciones, tan inherentes al cuadro blaugrana, podían replicarse en un gigante de la dimensión del club bávaro. Se expuso por primera vez en su rutilante carrera como director técnico al fracaso, debió tragar demasiada bilis al ver a sus once atropellados por el Madrid de Carlo Ancelotti (curiosamente, quien le sustituirá en el cargo), soportar críticas desde el patriarca muniqués Franz Beckenbauer.
Se enemistó con personajes legendarios del club como el médico Hans-Wilhelm Müller-Wohlfahrt y muy posiblemente se equivocó ahí tanto en fondo como en forma.
No obstante, del Allianz Arena saldrá un entrenador más capaz y un personaje más integral. En la cultura laboral germánica encontró el mejor sitio para explorarse y mejorarse, en la minuciosa e impecable Múnich halló el laboratorio idóneo para su vocación de relojero, en las rígidas estructuras del Bayern se topó con otro tipo de desafíos que le habrán fortalecido.
Gane esa Champions League o no, alcance en términos de títulos el elevado listón dejado por Heynckes o no, cierre su ciclo con esa catarata de trofeos que le precedió o no, su Bayern Múnich será memorable y eso no puede aseverarse de demasiados equipos: que el recuerdo de su futbol practicado perdurará y trascenderá los tiempos.
Antes de un partido importante, arengó a sus cracks barcelonistas: “Si perdemos, continuaremos siendo el mejor equipo del mundo. Si ganamos, seremos eternos”. De su Bayern hoy no podemos afirmar que sea el mejor del mundo, aunque, paradójicamente y a cuatro meses de su final, no dudo que se ganó la eternidad.