BUENOS AIRES. Con los rostros del Che Guevara y del sacerdote tercermundista Carlos Mugica en su chasis, las ambulancias de la Central de Emergencias Villeras recorren todos los días los coloridos e irregulares vericuetos de los precarios asentamientos (villas) de Buenos Aires y suplen al servicio oficial.

 

Ante la negativa del Sistema de Atención Médica de Emergencias (SAME), el servicio gratuito de urgencias sanitarias del gobierno porteño, de entrar en los barrios más humildes por considerar que no se dan las condiciones de seguridad, los villeros se movilizaron.

Foto: EFE
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Hace poco menos de un año, la Corriente Villera Independiente, una organización política y social, logró coordinar su propio sistema con ayuda de todos los vecinos.

 

“Antes, frente a una situación de emergencia, teníamos que llamar a la policía para que la ambulancia ingresara, lo que conllevaba demoras enormes, y nuestros pibes y pibas se morían en el camino“, explica a Efe Marina Joski, coordinadora de la central.

 

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De esa manera, se dieron casos de muerte por asfixia después de ataques de epilepsia que, señala, “podían ser evitables”.

“Además de abordar lo urgente, construimos salud popular y hacemos campañas de prevención, diagnóstico de tuberculosis y diabetes y electrocardiogramas gratuitos”, todo esto con la ayuda de los mismos vecinos y vecinas, cuenta Joski.

 

El proyecto no recibe ayuda de sectores privados ni del Estado, y se financia con fiestas, rifas y otros proyectos que permiten comprar medicamentos y equipos.

 

Las cuatro ambulancias circulan por las villas de cuatro barrios porteños: Retiro, Bajo Flores, Villa Lugano y Barracas.

 

En cada uno de esos asentamientos hay un centro que gestiona la organización y que atienden promotores de salud capacitados para primeros auxilios, que reaccionan ante las emergencias.

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Además, existe un sistema de “postas” o relevos, que dan aviso de las emergencias a la central, ubicada en el barrio de Constitución.

 

El equipo de la Villa 31 y 31 bis, en Retiro, está formado por cinco promotoras de salud, un chófer de la ambulancia, Richard Palacios, y un paramédico, Carlos Franjo.

 

Palacios es vecino del barrio y comenzó a conducir el vehículo cuando hizo un curso dictado por la Corriente Villera, y fue seleccionado por su conocimiento de las calles y pasillos: “Conozco todas las zonas, y eso es lo que permite llegar más fácil a los domicilios, ya que vivo acá adentro”, explica.

 

Las villas están organizadas por manzanas con números, pero no tienen denominación por nombres, por lo que para quienes viven en otros lugares, puede ser un tanto confuso.
“Al principio, los vecinos no me reconocían, porque yo estaba avergonzado y no me dejaba ver, pero con el tiempo se enteraron y me saludan, porque me conoce la mayoría del barrio”, cuenta orgulloso.

 

Por su parte, Carlos Franjo, paramédico, trabajó más de 27 años en el sector privado de emergencias médicas, hasta que un conocido le ofreció ejercer su profesión en la villa.
“Hace un año entré por primera vez a ‘La 31’ y me sorprende bastante la organización que tiene”, dice.

 

 

Franjo vivió una experiencia límite al poco tiempo de haber empezado su nuevo trabajo: “Una señora con un embarazo a término dio a luz en la ambulancia, fue un momento de tensión pero a la vez muy lindo, porque estaba trayendo una vida al mundo”, relata.

 

El equipo realiza rondas todos los días de la semana, desde bien temprano en la mañana hasta las cuatro de la tarde.

 

Frente a la idea de que la villa no es un lugar seguro para el SAME, Joski cree que “cuando hay organización, herramientas comunitarias y participación” esa escena se construye sola.

 

La voluntaria subraya que la ambulancia es “querida y adorada por todos los vecinos porque es suya, porque ellos mismos la sostienen”.

 

El hecho de que el sistema de emergencias público no quiera entrar en los precarios asentamientos “responde a un prejuicio”, considera Joski.
“Frente a ese estigma y ese prejuicio, nosotros avanzamos y tratamos de construir un mundo mejor”, concluye, y minutos después la ambulancia y sus ocupantes, ya fuera de su horario de trabajo aunque dispuestos a colaborar, se pierden por las calles para trasladar a un paciente.