No, no me refiero a Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”. Hablo del ex líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), Don Joaquín Gamboa Pascoe, que murió el pasado jueves. Tenía 93 años y llevaba 10 como dirigente de aquella organización obrera. Este abogado de la UNAM –compañero de generación de López Portillo- nunca fue obrero, y llegó a la cima de la CTM por su cercanía con Fidel Velázquez y Leonardo Rodríguez Alcaine, sus antecesores.

 

Entender el rol de Don Joaquín –y de su cargo- en el régimen político mexicano, es fundamental para mejorar este último. Un sistema que permite la existencia de un líder obrero sin ser obrero, y que además le da un cargo prácticamente vitalicio, no solo es un sistema que antepone la política a los trabajadores, es también uno que ve a estos como fichas a ser jugadas, intercambiadas o vendidas.

 

Con la creciente pluralidad política en México, personajes como Don Joaquín, Elba Esther Gordillo o Carlos Romero Deschamps, empezaron a verse arrítmicos, fuera de tiempo. El sistema político estaba cambiando pero no los sindicatos; por éstos el tiempo no pasaba. Y hoy, en muchas oficinas sindicales, pareciera que Echeverría aun es el presidente; no solo por el decorado o los mares de trajes cafés y camisas amarillas, sino también por la forma de entender y operar el sindicalismo.

 

Con Don Joaquín se va un poco de ese México que queremos soltar pero que aún se aferra a nosotros: el país de la cuatecracia, de la obsesión con el dinero y la excesiva parafernalia del poder. Su partida desmonta una pequeñísima parte de nuestro viejo corporativismo –el control del Estado sobre diversos grupos de interés que, como escribió Lorenzo Meyer, surge “tras la institucionalización cardenista del sistema político posrevolucionario”-. Así mismo, la ausencia de Don Joaquín también representa una oportunidad de renovación en la CTM: de entrada, democracia sindical y un mayor escrutinio público.

 

Según una encuesta de Mitofsky realizada el pasado septiembre, los sindicatos reprueban a la hora de generar confianza. En una escala de 0 a 10, la ciudadanía le da un 5.4 de calificación, entrando en la categoría de “confianza baja” junto con la presidencia de la república, los senadores, las policías, los diputados y los partidos. Llama la atención que organizaciones supuestamente dedicadas a la “defensa y promoción de intereses profesionales, económicos o sociales” de cientos de miles de trabajadores, no sean del agrado de la sociedad. El sindicalismo mexicano, pues, no es visto como una solución; es visto como parte del problema.

 

Don Joaquín fue, en parte, culpable de ese rechazo social. Bien conocida fue su frase “¿Qué, porque los trabajadores están jodidos, yo también debo estarlo?”. De ese tamaño era su empatía con un país en el que la población desocupada –personas de 15 años o más que buscan un trabajo- ronda los 2.4 millones de mexicanos (INEGI-ENOE, cifras para el tercer trimestre de 2015).

 

Curioso aquél hombre que acepta poner una estatua de sí mismo. Así lo hizo Don Joaquín. En febrero de 2015, durante una ceremonia por los 79 años de la CTM, se colocó una estatua de él –trajeado- en las oficinas de dicha organización. Esta fue donada por el sindicato de trabajadores de la industria automotriz y, según El Universal, costó 470 mil pesos. Ese día, Don Joaquín dijo: “en la CTM vivimos con nuestros muertos, no los olvidamos, sabemos lo que les debemos”. Aquél hombre para ayer irradiaba nostalgia.