El 22 de febrero de 1837, unos días antes de dejar la Casa Blanca, el entonces presidente estadunidense Andrew Jackson abrió las puertas de la residencia oficial para compartir con la ciudadanía un enorme pedazo de queso –de más de 600 kilos- que le regaló un productor de leche. El queso gigante, según relatos, atrajo a miles de personas y se terminó en dos horas. Aquella ocasión, supuestamente, sirvió para que ciudadanos hablaran con miembros del gabinete de Jackson sobre diversos temas. Después, la historia convertiría aquel evento en un referente de apertura gubernamental, y en retrato vivo de la representación directa del hombre ordinario que mucho promovió Jackson. Además, se dice que la Casa Blanca olió a queso durante semanas.

 

Ya en 2016, concretamente el miércoles pasado –un día después del último mensaje de Barack Obama sobre el Estado de la Unión-, la Casa Blanca llevó a cabo por tercer año consecutivo un peculiar ejercicio inspirado en aquel lácteo episodio: el “día del gran bloque de queso o, como se le llamó en redes sociales, #BigBlockOfCheeseDay. ¿Pero qué implicó? Pues durante todo el 13 de enero, varios pilares de la administración y partido de Obama dedicaron tiempo para responder preguntas que la ciudadanía les hizo a través Twitter, Facebook, Instagram y Tumblr. Entre los participantes estuvieron la primera dama Michelle Obama, el vicepresidente Joe Biden, varios secretarios de Estado y funcionarios del equipo presidencial, así como algunos congresistas.

 

La idea de la dinámica es tender un puente entre la clase gobernante y el estadunidense promedio, y reiterar que la primera trabaja por y para el segundo. En 2014, el gobierno mexicano realizó dos ejercicios similares que, por alguna razón, no se repitieron: videoconferencias para responder dudas ciudadanas sobre la reforma energética. En la primera participó Enrique Ochoa, director general de la CFE, y en la segunda, Lourdes Melgar, subsecretaria de hidrocarburos. De haber continuado, tal vez habríamos visto al secretario Videgaray responder las dudas de una madre soltera capitalina sobre los pros de la formalidad, o al secretario Ruiz Esparza aclarándole el “apagón analógico” a un joven tijuanense.

 

Ahora, en términos prácticos, ejercicios como estos –el estadunidense y el mexicano- no sirven para interactuar verdaderamente con la ciudadanía; ni funcionarios ni políticos tienen el tiempo suficiente para atender a todo el que tenga una duda. Ambos son ejercicios mercadológicos y simbólicos. Pero en un mundo que privilegia la forma, en el que el presidente mexicano padece tan baja popularidad y en el que su gobierno inspira poca confianza, no reintentar un formato similar es, a todas luces, un error.

 

En las respuestas del ejercicio estadunidense, el equipo del presidente Obama da la cara a la ciudadanía, y defiende y justifica las decisiones tomadas por su jefe. Al día de hoy, salvo las dos esporádicas videoconferencias, no hay una dinámica periódica vía internet en la que el equipo del presidente defienda sus políticas. Por supuesto que este tipo de esfuerzos mercadológicos –la forma- requieren avances reales –el fondo- que los sustenten, y viceversa. Un ejemplo es la plataforma www.datos.gob.mx –sitio oficial de datos gubernamentales abiertos y de uso libre-, que es un paso en la dirección correcta pero al que claramente le falta difusión.

 

Este tipo de ejercicios no solo le brindarían un apoyo implícito a la imagen y gobierno del presidente; serían además una señal a favor de la apertura que tal vez ayudaría a reparar, aunque sea un poco, aquella vieja y rota relación que todos ya conocemos.