Habla mucho de nuestra sociedad, y no sólo de nuestro futbol, que el propietario de un equipo se atreva a agredir a quien dirige técnicamente a los árbitros. Habla más, incluso, si se considera que el mencionado dueño tiene un cargo político de alta relevancia al ser diputado.
Habla mucho, sí, respecto a la falta de respeto a la autoridad con que vivimos, con que nos comportamos, con que nos conducimos. Si el club Veracruz se ha visto específica y recurrentemente afectado por el arbitraje, si el trabajo de Edgardo Codesal es de mayor o menor eficiencia, si los llamados Tiburones Rojos merecerían más goles y menos expulsiones, es tema diferente.
Lo que aquí se ve es una incapacidad para solucionar las cosas por su conducto legal y civilizado, que es la palabra, que son las protestas, que son las adecuadas instancias. Lo que aquí se ve es la misma impunidad que suele hallarse en numerosos temas más: no sólo agredir en cadena nacional, sino clamar el mismo día que “la Federación me tiene sin preocupación (…) nunca me voy a arrepentir de lo que hago” (ya el domingo admitió su craso error en una carta).
Fidel Kuri Grajales debe de saber que se ha equivocado. Esa imagen tan lamentable se manchó aún más con su afán de convertir su comportamiento en populismo, al erigirse defensor de una afición a la que más afecta que beneficia con su actitud (“que no se metan con mis Tiburones porque siempre los voy a defender”, dijo el “ombudsman” escualo).
Es verdad que el arbitraje mexicano atraviesa un momento complicado, como lo es que su crisis es más bien la del arbitraje de todo el mundo, incluido el de las ligas más rutilantes del planeta, objeto de críticas semana a semana. No obstante, el jueceo torna todavía más difícil al rodearse de estos precedentes, presiones, conflictos.
¿Qué mensaje generamos desde nuestro futbol? El de la intolerancia, el de la violencia, el del revanchismo, el del todo-vale. Poco importan loables esfuerzos de la Liga Mx por lanzar una imagen de armonía, respeto, limpieza, porque todo queda arrasado cuando un propietario puede conducirse con tamaña alevosía.
Hace falta trabajar muchísimo para tener un arbitraje de máxima capacidad y juicio. Hace falta trabajar todavía más en los equipos, en la organización, en la educación, para merecerlo.
Justificarlo con las malas marcaciones de cada semana, justificarlo enlistando los equipos afectados, justificarlo con las faltas se sensatez con el silbato, es no comprender la gravedad de este tema. Aquí el problema es mucho más delicado que la simple sanción de penales y fueras de lugar.