Aunque sea muy de vez en cuando, pero el deporte debe de recordarnos que lo imposible es perfectamente factible. Aunque sea muy de vez en cuando, pero el futbol no puede perder esa capacidad que le dio significaciones sobrenaturales, metafísicas, casi bíblicas, milagros en Maracaná 1950, Berna 1954, Lisboa 2004. Aunque sea muy de vez en cuando, pero el balón ha de lograr llevarnos de vuelta a la magia de la infancia, cuando todo era imaginable y realizable. Por todo ello el Leicester City tiene que ser campeón de Inglaterra.
Las casas de apuestas tardaron mucho en convertir en favoritos a los Foxes. Bajo pretexto de que no aguantarían tal ritmo de competición, de que no soportarían semejante presión, de que no sobrevivirían ante los más millonarios trabucos, de que no les bastaría con su modesto plantel, los momios recién ahora son en su favor.
¿Quién se hubiera atrevido a insinuar que Claudio Ranieri, visto como decrépito y gana-nada, sería el director técnico del año? ¿O que Jamie Vardy, desconocido hasta los 27 años, correría para campeón goleador? ¿O que Casper Schmeichel, habitual en divisiones de ascenso, pintaría para el mejor portero de la Premier League? ¿O que N´Golo Kanté, con una sola temporada previa en primera categoría, para mejor mediocampista de recuperación? ¿O que Riyad Mahrez, ignorado por la selección francesa y por ende convocado por la argelina, para mejor jugador del torneo?
¿¡Quién en su sano juicio habría pensado que el dueto Vardy-Mahrez, que costó dos escasos millones de dólares, cuadriplicaría en productividad e influencia a parejas de más de cien millones, como Diego Costa-Eden Hazard en Chelsea, Sergio Agüero-Kevin de Bruyne en City, Anthony Martial-Memphis Depay en United, Alexis Sánchez-Mesut Özil en Arsenal!?
¿¡Quien habría apostado por un plantel adquirido a cambio de treinta millones de dólares totales, insuficientes para fichar un solo jugador más o menos relevante de los cuatro grandes de ese país!? Entendamos que Raheem Sterling costó más del doble al City, que treinta millones en este futbol no son casi nada.
No. Ni ellos mismos lo hubiesen creído. Acaso sólo ese humilde aficionado, hoy candidato a millonario, que desafió a los momios más absurdos para apostar al inicio de la campaña por esta escuadra (5 mil a 1), más por fe religiosa que bajo argumento racional.
Llegados a este punto y con cinco puntos de ventaja a falta de nueve jornadas, al demonio con la objetividad: ojalá se corone el Leicester y que me perdone la afición de un soberbio proyecto como Tottenham o del sufrido y urgido Arsenal. Algo deseable en un futbol europeo en el que pretende tejerse una línea directa entre gasto y éxito. Algo recomendable en un contexto deportivo tan excluyente y aburguesado. Algo urgente en un medio que desea convencernos de que la diferencia es muchísima entre los más connotados y el resto, cuando, en verdad, no es para tanto: no, habiendo balón y corazón.
Este bálsamo vestido de azul nos recuerda que el primero de los talentos, ha de ser el tesón, la persistencia, la tenacidad; que el colectivo es mucho más que sus partes; que no es justo aquello de que algunos aficionados hayan venido a este mundo a sufrir, mientras otros a celebrar, porque para todos hay o tendría que haber.
Se va a coronar el Leicester. Tiene que ser así. Llegados a este punto, lo opuesto sería una decepción.