MADRID. Más allá del debate sobre quién mereció la denominación de “quinto Beatle” (en clara disputa con Brian Epstein, ex representante de los Fab Four), nadie duda de la trascendental labor del productor George Martin al cincelar y pulir el sonido pop y a una banda sobrada de personalidad, pero tosca en sus orígenes.

 

Fue él, entonces responsable del sello Parlophone de EMI, quien les dio su primera oportunidad, persuadido por la pasión del propio Epstein y el genio que mostraban aquellos cuatro muchachos de Liverpool.

 

Todo eso quedó claro en la primera sesión de grabación en los míticos estudios de Abbey Road, en la que se registró su no menos célebre Love me do, con el mismísimo Martin tras la mesa. “Si hay algo que no os gusta, podéis decírmelo”, les comentó. “Bueno, para empezar, no me gusta tu corbata”, le espetó George Harrison.

 

Fue tras esa primera toma de contacto cuando Martin propuso que cambiaran al batería, Pete Best, y que le sustituyera Ringo Starr. Aunque no quedó muy convencido tampoco de su interpretación, un error hizo que la primera versión comercializada de la canción fuese la que grabó Starr tras los platos.

 

Solo un año después llegaría al mercado Please Please me, pero no con la forma de balada lenta con la que Paul McCartney y John Lennon la habían concebido, sino reestructurada por Martin, quien les convenció de que aceleran su tempo. “Señores, acaban de grabar su primer número 1”, les dijo en el estudio. Y en efecto lo fue, al menos en Estados Unidos.

 

La incursión de Martin en la composición y materialización de las canciones fue una constante y un elemento vital para enriquecerlas. De sobra conocido es que, desde la óptica de su formación clásica, suya fue la idea de introducir un cuarteto de cuerda en Yesterday pensando en Bach y también los característicos arreglos de Eleanor Rigby, con el compositor de bandas sonoras Bernard Herrmann como referente.

 

Los medios técnicos eran escasos en aquella época, pero de la mano de su pupilo e ingeniero de sonido Geoff Emerick y mucha imaginación, configuraron todo un universo de posibilidades en torno a la música de The Beatles que superó las limitaciones de los estudios de cuatro pistas.

 

Ya fuera en la edición, jugando con la velocidad para combinar dos tomas diversas en un solo sencillo (Strawberry Fields Forever), o como músico (haciéndose cargo del barroco solo de piano de I Am The Walrus), su toque y presencia es constante.

 

Quizás el summum de su colaboración llegó con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), el álbum del “verano del amor”. “Fue el disco de la época y probablemente cambiara la forma de grabar, pero no lo hicimos de forma consciente”, afirmó en la autobiografía del grupo (Antología, Ediciones B).

 

Aquella grabación requirió más de 700 horas y 75,000 dólares. Todas las voces y los instrumentos fueron sometidos a algún tipo de manipulación técnica y se añadieron numerosos efectos en varias de las canciones para crear un sonido único.

 

Martin tendría tiempo aún de producir otros cuatro discos de los Beatles, entre ellos Yellow submarine (1969) -cuya cara B lleva música instrumental compuesta por él- y otros que el autor prefiere al Pepper, como Abbey Road, el testamento del grupo.

 

Tras la separación siguió en la brecha, colaborando a menudo con McCartney (por ejemplo en Ebony and Ivory, junto a Stevie Wonder, o en Say Say Say, con Michael Jackson) y prestando su acertada visión musical a otros grandes temas, como Goldfinger, de Shirley Bassey o Candle in the wind, de Elton John.