Escribía en este mismo espacio varias semanas atrás cuando el paciente gozaba de perfecta salud. Estaba bien médica, física y mentalmente, pero tomando en cuenta su historial, ningún escenario podía ser descartado, menos si se trataba de un desenlace como el del sábado anterior.
No nos alcanzarían 24 HORAS para relatar cada una de las trágicas derrotas celestes, pero tampoco es la intención. No se trata de repasar la historia sino de analizar el futuro.
Decir que Cruz Azul fracasó ya se convirtió en una frase atemporal. No requiere de fecha específica.
Todo con ellos es atemporal porque ha hecho de la depresión futbolística un estado dominante y permanente.
Da igual el escenario o el rival en turno. Tampoco importa si la meta es calificar o coronar una campaña. El villano de hoy tiene por nombre Tomás Boy, pero es lo de menos, lo mismo ha pasado con Tena, Galindo, Vásquez, Meza, Bueno, Markarian, Romano, Carrillo, etcétera.
El mismo resultado tendremos con la gran combinación de perfiles que el puesto de director deportivo ha reunido Cruz Azul. Con refuerzos de talla mundial y otros enormes desconocidos que tardaron más en arreglar su contrato que en despedirse. Jugadores de extraordinarias condiciones, a prueba de balas; con carácter inigualable como Torrado, Giménez, o Corona; gente que ha dejado la piel y acumulan maratónicas jornadas de pesadillas que parecen ser interminables.
Todo ha cambiado y a todo le han movido, todo menos la cúpula.
No puedo dudar un solo instante que las intenciones presidenciales han sido siempre positivas y abrazadas por una esperanza que lamentablemente para la institución y sus seguidores sigue siendo eso, nada más: una esperanza. Pero los equipos no pueden ser manejados emocionalmente sino con inteligencia y estrategia, y tampoco establezco que Álvarez no tenga estas características, pero simple y sencillamente las rutas elegidas han llevado al equipo a un camino sin fin.
Es tiempo, Billy. Es tiempo de aceptar la realidad; esa misma que indica que no han logrado conseguir absolutamente nada que no sean derrotas honrosas. Es tiempo de ver hacia atrás y entender que el seguidor celeste no puede más; de ver retrospectivamente y aceptar que se ha perdido mucho más de lo que se ha ganado. Es tiempo de aceptar que es tan grande el amor como el dolor causado. De aceptar que quizá haya alguien más calificado.
Es tiempo de empacar y salir; de emigrar; de asumir las responsabilidades y entender que cuando se es más parte del problema que de la solución, es mejor hacerse a un lado.
La salida de Guillermo Álvarez tendría que generarse como un acto de voluntad cargado de amor y fe. Sería una gran señal al exterior, ese mismo exterior que nuevamente está dañado, ofendido y lastimado.
Por amor a Cruz Azul, a su historia, a su familia. En memoria de todos aquellos héroes que hicieron de este equipo uno de los más grandes del país. Guillermo Álvarez debería de dejar en otras manos y otra cabeza el futuro de Cruz Azul.
Es tiempo.