Europa se viste de gala. Quiere aparentar ser una joven a punto de cumplir los 18. De ésas que le piden a San Antonio que les busque un novio.

 

Pero, en realidad, hace mucho que los cumplió y los rebasó. Y porque los rebasó se hizo mayor, y mayor y aún más; y entonces, un día quiso cumplir más años y hacer una fiesta. Se dio cuenta de que ya era demasiado mayor.
Esto es lo que nos pasa. Que no tenemos nada que festejar porque el Viejo Continente sólo tiene problemas y achaques.

 

La remota posibilidad del Brexit -la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea– es una pesadilla que sobrevuela al continente. Si eso llegare a ocurrir, dinamitaría la unión de los 28 países.

 

Grecia es otro dolor de cabeza. El populismo del primer ministro Tsipras ha llevado al país heleno al borde del averno. Su sociedad, que está diezmada, y su gobierno populista y decadente amenazan una y otra vez con salirse de la Unión Europea.

 

En esta fiesta en la que hay poco que festejar, nos encontramos también con un euro tan poco creíble que muchos de los que querían ingresar al club de países de la moneda común lo están pensando dos veces. No hay más que ver el ejemplo de Hungría y el populista de extrema derecha Viktor Orbán, cada vez más renuente a ingresar en la moneda común.

 

La inmigración y el éxodo de cerca de 200 mil refugiados sirios que se han marchado despavoridos de una guerra, en la que sólo son víctimas, han dejado con las vergüenzas al aire a la vieja Europa. Lo único que ha hecho es cerrar sus fronteras para que los refugiados no entren y no desequilibren el “Estado de Bienestar”.

 

Estamos dejando malvivir y, en muchos casos, morir a casi 200 mil sirios sin que nadie haga nada para remediarlo. Eso no es una tragedia, es un multihomicidio consentido por nosotros, los europeos que no sólo no nos avergonzamos, sino que nos vanagloriamos promulgando leyes aun más restrictivas.

 

Y luego están las dos Europas distintas que no se entienden, aunque las obligamos a que lo hagan. El Norte: protestante, liberal e irrestricto -por eso le va tan bien a los países del norte del Viejo Continente-; y el Sur: católico, permisivo, relativista, donde todo se redime. Por eso todos los casos de corrupción quedan en el tintero y se mueren en el baúl de los recuerdos.

 

Hay muchos más problemas, pero sólo con éstos tenemos para años. Si no los arreglamos, Europa, la Europa Ilustrada se enterrará en el ataúd de los grandes pensadores y sólo quedará como epitafio “Aquí yace aquella que murió sin intentar su última lucha, la reinvención de su historia milenaria”.