Algún consejero, que tampoco necesitaba ser el más audaz o visionario, debió de haber advertido al gobierno español: el camino más corto para promover algo que no se desea, es prohibiéndolo; siendo tajante e inflexible en su refutación; advirtiendo a los aficionados barcelonistas de que serán cateados antes de la Final de la Copa del Rey para evitar que introduzcan banderas esteladas a las gradas.

 

Se trata, sin lugar a dudas, del mayor favor que se pudo hacer a la causa que pugna por la independencia de Cataluña; medida que tiende a seducir a muchos neutrales y que ha dado pauta para politizar el futbol ya con todos los partidos y posturas sacando tajada.

 

Hace unos meses, la UEFA había multado al Barça precisamente por la presencia de esteladas en el Camp Nou en noches de Champions, lo que desencadenó dos reacciones bastante lógicas: que se abucheara el himno de la Liga de Campeones (¿cuándo lo iba a sospechar su original compositor, Georg Friedrich Händel?) y, por supuesto, que incrementara la cantidad de esteladas en esa tribuna.

 

Vale la pena explicar la diferencia entre la proscrita estelada y la actual bandera catalana, reconocida oficialmente como estandarte de una provincia autonómica del Estado español: que la segunda, conocida como senyera, se limita a rayas horizontales en amarillo y rojo (en ella se basa un uniforme barcelonista), al tiempo que la primera incorpora una estrella y se relaciona con el independentismo catalán.

 

No soy quién para debatir sobre la legalidad o ilegalidad de ese símbolo (aunque me parece irresponsable equipararlo a banderas de extrema derecha, como, por ejemplo, las suásticas tan a menudo vistas en estadios). Lo que sí tengo claro es que esa prohibición ha sido muy favorable para quienes pretenden la independencia de Cataluña; es decir, que el remedio ha agravado la enfermedad.

 

Como siempre que se vincula al club blaugrana con el catalanismo, hace falta recurrir a la pluma de Manuel Vázquez Montalbán: “la significación del Barcelona se debe a las desgracias históricas de Cataluña desde el siglo XVII, en perpetua guerra civil, armada o metafórica con el Estado español”. Si Franco quiso cambiar el nombre al equipo y rebautisarlo España, si en el pasado el idioma estuvo vedado y sólo se hablaba en el Camp Nou, si en ese estadio y bajo inspiración de ese equipo, renació una cultura por décadas furtiva.

 

La final del domingo será muy tensa e incluso más política. Es de esperarse que, ante los ojos del rey Felipe, se pite el himno nacional y se desaten reivindicaciones anti-españolas. Es lo malo de prohibir: que sólo sirve para fomentar. Acaso por eso, un juez ha dado marcha atrás este viernes, anunciando que siempre sí estarán permitidas en el estadio. Demasiado tarde. Lo del domingo en la final del certamen en honor del rey, tiende a abochornar y poner en posición incómoda al monarca mismo.

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