Soy de los que cree que cada uno va construye su futuro, y del tamaño del esfuerzo y de la inteligencia empleada debería ser la retribución; pero también creo que hay equipos que nacieron con cierto estigma, con cierto sello, con un destino y una misión que no muchas veces logramos entender.
Hay equipos que nacen grandes y se hacen gigantes conquistando cada cima que adoptan como reto, y otros que simple y sencillamente nacieron para sufrir, para llorar más que para gozar. Esos equipos que se hacen querer no por lo que ganan, sino por como lo intentan. Instituciones que ocupan un salón más grande para guardar sus decepciones que sus trofeos; que logran elevar sus derrotas a niveles sentimentales nunca antes vistos. Esa clase de franquicias a las que se les quiere por ser siempre el que más intenta pero que quizá menos gana. Y créame que no es lástima… bueno sí, quizá un poco, pero qué importa, en el fondo lo que vale es que haya cariño y motivos para quererlo. Porque no siempre el primero es el bien amado, el deporte para todo da, incluso para reservar sentimientos de afinidad para quien menos tiene y menos gana; porque basta identificarse con algo para entonces arrojarse a los brazos de la desgracia que deportivamente deja una derrota, más aún si son dos y con el mismo rival: el vecino, el todopoderoso, el de la figura blanca pero de memorias oscuras.
Irle al Atlético de Madrid se convierte en una actividad de alto riesgo. Y no, no se trata del eterno perdedor pero su historia de eso mucho contiene. Claro que las épocas recientes generan nuevos socios y nuevos arrojados dispuestos a ponerse esa camiseta para nunca jamás quitársela.
Para aficionarse al Atleti debería existir un instructivo con un aviso del alto riesgo que se corre, es algo así como: “te va a doler, pero te va a gustar”.
Perdió una nueva final, la tercera, que no fue la vencida. Y creo que todos nos quedamos con la sensación de que tenía delante de sí la oportunidad histórica y quizá única de ser finalmente ganador para dejar atrás eso del buen perdedor, porque bien lo dijo Simeone: “del segundo nadie se acuerda”, a fuerza de ser sincero, de este equipo nos acordaremos todos por su valentía su arrojo, su garra, sus guevos. Un equipo que con lo que tiene, que no es poco, decidió ponerse a la altura de los más grandes, aunque al final no ha logrado ser uno de ellos.
Inimaginable este Atleti sin Diego Simeone. Sus caminos no pueden trazarse en sentidos opuestos, al menos en el futuro cercano.
El reto es para los directivos colchoneros ya que a fuerza de ser sincero, hoy por hoy, el equipo necesita más del entrenador que viceversa; y si bien es cierto que no todos los equipos se identifican con la manera de jugar del argentino, todos quisieran al menos un sello, una identidad, que en estos tiempos es lo más difícil de conseguir; que en el mundo te identifiquen por una manera de jugar al futbol, y eso es exactamente lo que ha logrado hacer con los del Calderón. De tal forma que Simeone se sabe un claro objeto del deseo de muchos, y por eso su primer paso en la conferencia de prensa fue pensar en su contrato venidero.