Nada más injusto decir que la noche del viernes, casi madrugada del sábado, nacería la leyenda de Muhammad Alí, ¡no!. La leyenda tiene décadas.
Luchador incansable y coleccionista de victorias, aunque las más importantes llegaron sin utilizar sus puños; ganó con sus creencias y su mentalidad. Derribó a los adversarios más grandes a base de carácter y una filosofía de vida que es parte de su herencia. No sólo desafió al sistema, sino lo derrotó e inspiró miles de historias acompañadas de éxito, y conste que no hablo del boxeo, eso y mire lo grandiosa que fue su vida, resulta casi complementario.
Muhammada Alí ha sido una de las figuras deportivas más influyentes de la historia, y lo fue por su manera de hacer las cosas: rompió con lo que en esa época era políticamente correcto. Revolucionó la manera de vender los eventos deportivos y su legado no sólo abarca el cuadrilátero, ya que muchas organizaciones deportivas adoptaron parte de su estilo para poder promover de manera más atractiva sus mejores productos.
Muhammad Alí nació, vivió y murió con la suya, que con el paso del tiempo se hizo de toda la gente. Peleó sólo en el cuadrilátero y debajo de él, pero no lo hizo por él, sino por mucha gente que hoy le llora, y empiezan a extrañarlo, mientras otros lloran de emoción como José Sulaimán, quien habrá sido de los primeros en recibirle en el cielo con los brazos abiertos y listos para cualquier cosa.
Aquí abajo, su hijo Mauricio, Presidente del Consejo Mundial de Boxeo, con quien platiqué la noche del sábado, lo define como el deportista más influyente que ha conocido, y cuando le pregunté: ¿Muhammad Alí es para el boxeo lo que quién para la historia?, su respuesta fue contundente: Napoléon, por su valentía y sus deseos de conquistar el mundo a través de un pensamiento. (Paradójicamente Alí era enemigo de las armas).
Recuerda una tarde de 1998 en una convención del CMB en la Ciudad de México. En ese entonces Mike Tyson era el ser supremo del boxeo, su padre, don José, le pidió que se encargara de Alí, quien también había viajado para la convención. Se dirigieron al restaurante Arroyo ubicado al sur de la ciudad. Mientras Tyson se paseaba como reina de primavera, Alí le dijo a Mauricio: “Tengo demasiada hambre, dame algo de comer”, Mauricio con tal de atenderlo, de inmediato tomó un pedazo de chicharrón para ofrecérselo; Alí comió y pidió más. En la segunda ración le preguntó: ¿Qué es esto?, Mauricio respondió: puerco; acto seguido Alí escupía por todas partes y se tallaba la lengua mientras pedía agua para enjuagarse la boca. “Recuerda que los musulmanes no comemos puerco”, le dijo mientras reía. Mauricio dijo haberse sentido la persona más “miserable”, aunque después del pasaje, cuenta que Alí le dio un par de palmadas mientras en su cara se dibujaba una sonrisa comprensiva, la misma sonrisa que le dio a toda la gente.