El presidente de mi fraccionamiento es un inglés que vive embebido en cerveza. A su vientre prominente hay que unirle unos cachetes en la cara amplios, bermejos, con unas venas que despuntan desde el interior como si estuvieran a punto de reventar.

 

A mí me cae muy bien, de verdad. Pero debo de reconocer que es persistente y muy inoportuno. Claro, anda todo el día solo, con esa jarra de cerveza que la lleva de un lado a otro y que parece que siempre es la misma, como si no la hubiera probado, pero no. A eso del mediodía ya está servidito y lenguaraz.

 

Esto lo cuento porque el único momento que tengo en toda la semana para mí son los domingos por la mañana. Corro con mis hijos y después de ducharme, me voy a la terraza del club social a leer los cuatro periódicos. De 12 a tres soy un hombre pleno. Es mi espacio. Leo con tranquilidad los artículos que me interesan y que no tengo tiempo de hacerlo durante la semana. Paso las páginas de los periódicos escuchando la eufonía del paso de las hojas. Son tres horas de puro deleite que las espero durante toda la semana.

 

– ¡Hombre, Alberto! ¿Me puedo sentar?

 

Vaya por dios, en inglés, justo cuando empezaba a leer y tenía mis tres horas por delante; justo en el momento que me había evadido del “papá, llévame a tal sitio con mis amigas y espérame”, o las tres entrevistas para un reportaje, o preparación de una conferencia, o escribir mi novela o que me pida, por ejemplo, mi mujer que me acerque al súper a comprar algo, porque se me ha olvidado.

 

Pues aparece el inglés con su litro de cerveza en esa jarra que parece que nunca se la va a acabar. ¡Horror! Un horror. Y claro, ¿qué le dices? Te comes el deseo de tus tres horas para ti y te las tienes que guardar para el siguiente domingo –que ya veremos porque siempre surge algo.

 

– Claro, Steve, con mucho gusto. Siéntate, por favor.

 

– Oye, y tú que eres periodista, ¿por quién vas a votar en las elecciones generales del 26 de junio?

 

Menuda preguntita un domingo por la mañana que pensaba leerme mi pila de periódicos.

 

– Mira, Steve, no sé si me dé tiempo porque ese día trabajo -le contesté.

 

Tampoco le iba a decir a quién iba a votar porque no creo que fuera de interés de nadie.

 

– ¿Pues sabes lo que te digo? Que yo no voy a votar –me responde categórico el inglés. –Ya estoy harto de que nos tomen el pelo y no pienso votar ni por Rajoy, ni por Sánchez, ni por Rivera, ni mucho menos por el Coletas Pablo Iglesias. ¿Sabes quién tendría que ganar? La abstención para que se den cuenta de que estamos en contra de este sistema corrupto.

 

Parece que la cerveza le ha puesto las neuronas en su sitio. Me parece un punto de vista interesante, no novedoso, no sé si es inteligente, pero sí interesante. Y la verdad es que las encuestas indican que, independientemente de quien gane, habrá un porcentaje muy alto de abstenciones.

 

Pero todo esto me lo cuenta ahora, con un sol extraordinario al que quiero ver para nutrirme un poco de él y mezclando problemas personales con los de la administración del fraccionamiento. Y a mí, todo eso, querido lector, ni me va ni me viene. Yo lo que quiero es leer mis periódicos; pero tampoco puedo decirle que se levante porque me está jorobando la mañana. Y todo ello mientras sigue bebiendo su cerveza tan despacio que parece que nunca se acaba. Parece más bien que la huele. Por eso sigue inalterable.

 

Y mientras tanto sigo viendo con ansia mis periódicos, querido lector, que me están diciendo: “Léeme, léeme”. Y yo no puedo; entonces casi me muerdo las uñas entre la nebulosa de las elecciones y la abstención, la administración del fraccionamiento, Rajoy, Sánchez, Rivera y el Coletas, la cerveza caliente del inglés y la súplica de que se callara y que me dejara tranquilo. Pero no, yo con la sonrisa en los labios como si la cosa no fuera conmigo, asintiendo con unos ojos perdidos en la profundidad y escondidos bajo unas gafas de sol. Doy por hecho que he perdido mis tres horas para mí, de toda la semana.

 

Y en eso, cerca de la hora de la comida, suena el teléfono. Era la voz inconfundible de mi mujer que me pedía que fuera a comprar el pan. ¡Qué raro! En casa sólo somos cinco personas y me tenía que tocar a mí.

 

Le digo a Steve que tengo que hacer una compra. Me dice que no ha terminado de hablar. Le digo que me da igual porque tengo una instrucción de los altos mandos. Me responde que él habla con los altos mandos y le advierto que no se lo recomiendo.

 

Me voy con la pila de periódicos a comprar el pan, fracasando en el intento de leerlos y de haber perdido mi espacio semanal que era lo único que pedía.

 

En fin, así son las cosas. Por cierto, que terminé el domingo llevando a mi hija a casa de sus amigas, esperándola y recogiéndola más tarde. Por lo menos en esa espera interminable, pude leerme los periódicos hasta que mi hija se despidió de sus amigas como si no las fuera a ver más. Cosas de adolescentes. Bueno, es otra manera de leer los periódicos.