El resultado de las elecciones de este domingo en España será decisivo. No se trata de unos comicios más; tal vez sean los más importantes desde la restauración democrática hace 40 años.
Los cuatro partidos políticos principales, el Partido Popular, el Partido Socialista, Unidos Podemos y Ciudadanos, con sus respectivos líderes, Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, podrían obtener unos resultados análogos a los de las elecciones del 20 de diciembre pasado. Y lo que ocurrió en los comicios anteriores es que aunque ganó el Partido Popular de Mariano Rajoy, lo hizo por un margen tan estrecho que no pudo gobernar. Y es que el Sistema Parlamentario no tiene nada que ver con el Presidencialista.
En los regímenes presidencialistas, como en Estados Unidos o en México, se elige a una persona. El candidato más votado es el que gana las elecciones. Sin embargo, en el sistema parlamentario, los ciudadanos votan por un partido político con unas listas en las que aparecen los diputados y los senadores. El partido más votado tiene que obtener 176 diputados de los 350 que conforman el Parlamento español. Son los diputados los que deben votar por el candidato a la Presidencia del Gobierno, que siempre es el líder del partido que más sufragios consiguió.
Si no obtiene esos 176 diputados, hay una segunda votación en la que puede ser investido por una mayoría simple, es decir, más parlamentarios que voten a favor que en contra de su investidura. Se trata de un sistema algo más complejo que el presidencialista.
Ahora bien. Como ninguno de los cuatro partidos políticos parece que va a obtener una mayoría suficiente como para poder formar gobierno, no tendrán más remedio que negociar. Es ahí donde chocan contra una pared infranqueable. Todos dicen que están dispuestos a ceder y ponerse de acuerdo para votar por un candidato, aunque no sea de su propio partido.
Sin embargo, la práctica es otra muy distinta, tan distinta que, después de negociar durante cinco meses –desde el diciembre pasado hasta mayo–, no llegaron a ningún acuerdo. Por ese motivo tuvieron que repetirse las elecciones.
Los sondeos indican que puede pasar lo mismo que en los comicios anteriores. Habría un resultado muy apretado y no les quedaría más remedio que pactar.
Si las negociaciones son como las de diciembre pasado, en el imaginario político, no es nada descartable tener que volver a votar –unas terceras elecciones– para Navidad.
Ésa sería la peor noticia. España no puede ofrecer una imagen tan deteriorada, tan informal, tan precaria. Eso sólo ahuyenta a los inversionistas y fomenta una parálisis social y política que hacen que la economía no crezca.
Tras ocho años de recesión, ahora por fin se empezaba a vislumbrar la luz al final del túnel. Sin embargo, la mediocridad, la egolatría y la obstinación en no dejar el poder o querer asaltarlo a toda costa pueden desembocar en un estancamiento de una España que pierde fuerza a nivel global. Y todo ello gracias a esos pobres mediocres políticos. A lo mejor es que sólo saben hacer eso.
En estas elecciones será donde se vea quiénes son realmente los políticos de Estado, quiénes serán capaces de ceder por el bien común. El resto no deja de ser una política doméstica, de batalla, y hasta rústica.