Después del anuncio de que un “bebesaurio” será el nuevo dirigente del PRI, que dejó perplejos a priistas, panistas, perredistas y a la opinión pública en general, los observadores políticos preguntan: ¿qué quiere Enrique Peña Nieto del tricolor?, ¿qué espera de Enrique Ochoa?, ¿ganar “one more time” la Presidencia de la República en 2018?, ¿entregar Los Pinos a la oposición como lo hicieron Ernesto Zedillo y Felipe Calderón?
Sólo el líder, el verdadero líder del PRI, que es el presidente Peña Nieto lo sabe. Sin embargo, los mismos observadores, y una buena cantidad de priistas, al igual que otros actores políticos consideran que Enrique Ochoa, a quien esta semana los priistas ungirán como su nuevo dirigente, podría llevar al partido al despeñadero en 2018, porque, digan lo que digan sus promotores y “paleros”, carece de experiencia política y no tiene capacidad de liderazgo, entre otras cositas. Bueno, si con Manlio Fabio Beltrones, que tenía oficio político, experiencia probada y comprobada, destreza parlamentaria y aptitudes para los malabares políticos, el PRI sufrió una humillante derrota en las elecciones del 5 de junio pasado, cualquiera puede hacerla de dirigente, hasta el señor Ochoa, opinan los decepcionados priistas.
Dicen los que saben que, en esta ocasión, el verdadero líder del PRI no quiso cometer el mismo error de hace 10 meses, cuando decidió, aun en contra de la opinión de sus más cercanos colaboradores, poner al frente del “nuevo PRI del siglo XXI” en manos de otro “dinosaurio”. La decisión de Enrique Peña Nieto de designar hace 10 meses como líder del PRI a un político que nunca perteneció a su cerrado grupo fue buena para la mayoría de los priistas que se refirieron en aquel entonces a su nuevo dirigente nacional diciendo: “Es uno de los nuestros”. El máximo líder creyó haber puesto al partido en manos del único hombre que supuestamente podía ayudarlo a meter orden en el PRI y calmar a los acelerados que no entienden la importancia de los tiempos. Al político que supuestamente podía derrotar al PAN y al PRD, juntos o separados, y a Morena. Por ello, en agosto del año pasado, el todavía “Jefe de Jefes” fue recibido por lo más selecto e influyente de sus correligionarios en la sede del PRI en la Ciudad de México, en olor de santidad política para declararlo oficialmente presidente del Comité Ejecutivo Nacional del partido.
Pero ¡oh, decepción la noche del 5 de junio!
Tal vez el presidente Peña Nieto entendió, un poquito tarde, que el nuevo PRI del siglo XXI, del que presumieron los priistas cuando regresaron a Los Pinos, no podía hacerse con los “dinosaurios” del siglo XX, y por eso designó a Enrique Ochoa.
Lo que quedó claro en este asunto es que el Presidente de la República sigue siendo el primer priista y guiará sus pasos políticos siguiendo al pie de la letra la máxima no escrita del priismo nacional: línea, unidad, disciplina, pero con “bebesaurios”.